Hay que evitar el precipicio destructivo, huyendo de los anzuelos interesados de los corruptos que quieren destruir sociedades enteras, por el solo placer e interés del dinero y el poder. Por lo tanto hay que despojarse de usuras materialistas, trabajemos con la fuente de la esperanza, que es la que nos sacia de visiones saludables, superando el miedo y el aislamiento. Seamos ciudadanos de paz, gentes de palabra, que crean puentes de solidaridad y no derraman penas, sino gozos. La cruz, entonces, si la llevamos todos unidos y la elevamos juntos, se hará más llevadera, en un cántico anímico de concordia que nos lleve al abrazo continuo y a la sanación perpetua. Con esta fuerza interior, que viene de la comunión de pulsos, todo se sobrelleva armónicamente, hasta transformarnos en ofrenda lírica y en cauce de silencio.

Indudablemente, para hacerse oír, muchas veces debemos mantener la boca cerrada. Esa quietud es la que ahora nos hace falta para repensar y trazar otros horizontes vivientes. Hay que derribar las batallas y reconstruir el reino de lo auténtico, que no es otro que el mejor tono y el excelente timbre de la poesía, jamás del poder, que todo lo mercantiliza, y no al abismo de la indiferencia, que consiste en estar bien informados, pero no en sentir la realidad de los demás. Esto nos demanda, con urgencia, liberarnos de la mundanidad. Ojalá el espíritu nos siga hablando, para poder enmendarnos, y lograr salir de esta naturaleza malvada.

Desconfianza y división entre las naciones
La desconfianza y la división en el mundo han aumentado. Desde luego, el fin de las hostilidades entre continentes aliviaría las tensiones. Ciertamente, las guerras son crueles y una guerra nuclear nunca puede ganarse, porque la muerte es la negación de nuestra percusión, que sueña con estar cultivando el verso, a pesar de soportar una riada de sufrimientos inaguantables, a causa de las contiendas.

Por desgracia, nuestro mundo es una zona profundamente ensombrecida. Al pobre no se le escucha, molesta porque nos llama a más justicia y a compartir. Nos encerramos en nosotros mismos, con actitudes de superioridad y de desprecio hacia nuestros semejantes, cuando nadie es más que nadie, ni menos que ninguno.

El momento nos llama a acogernos unos a otros, descubriendo que el apego y la paz son posibles a través de otros lenguajes más puros, más desposeídos, más fehacientes en suma. Quizás el pináculo del orgullo nos impida ver las diversas situaciones, lo que precipita en un abismo de males, que nos están empedrando nuestro interior, hasta dejarnos en la absoluta necedad inhumana, de no rechazar la violencia y de obrar como monstruos entregados al instinto del león.

Por otra parte, también hay que rescatar del abismo al planeta, que es el hogar de toda la humanidad. El orbe natural se enfrenta a un peligroso declive y alrededor de un millón de especies están amenazadas. Precisamente, en un universo tan hiperconectado a día de hoy, la existencia de pueblos indígenas en aislamiento voluntario, tienen una estricta dependencia con su entorno ecológico, que cualquier cambio en su hábitat común puede perjudicar tanto la supervivencia individual como la estabilidad de todo su grupo.

Todos somos un gran enigma y un gran abismo que sólo el amor ilumina y colma. Practiquémoslo, corazón a corazón.

  • Voluntad solidaria y no mercantilista
    Considero crucial que actuemos de manera colectiva y contundente, porque somos hijos del afecto y no del odio como efecto, o de la voluntad solidaria y no mercantilista como consecuencia. La naciente poesía a la que pertenecemos como árbol vivo, nos llama a la bondad y a la verdad, a ser cantautores celestes. Para empezar, nos hace falta un nuevo código ético, una estética racional que nos socialice, como condición previa para un nuevo reaparecer, bajo el trono de la clarividencia y el trino de la claridad.

Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor