La esclavitud existe en pleno siglo XXI, no obstante esté prohibida y sancionada en la mayor parte de los países. Asume muchas formas e implica a personas de todas las edades, género y etnias. Reclaman un análisis y soluciones mancomunadas. Una voluntad sola, por buena que sea, no puede afrontarla.

La esclavitud por pobreza, el trabajo forzado, niños privados de escuela y juego pero sometidos al trabajo sin fines de semana libres, los niños soldados en África, el matrimonio forzado, el vil comercio de los seres humanos con la Trata de mujeres y niños, la prostitución, la pornografía… Vienen a la mente las palabras de Jesús: “Quien escandaliza aunque sea uno sólo de estos pequeños, más le valdría atarse al cuello con una soga una piedra y arrojarse al río (Mt 18, 6)”.

Está probada la existencia de un comercio internacional de órganos, sea en forma de compra y venta entre adultos que lo consienten, sea en forma de viajes de placer de personas pudientes, a donde van para recibir un trasplante ilegalmente.

Tomando como base datos difundidos por la Organización Mundial de la Salud, la mayor parte de los trasplantes ilegales se realizan en China, India y Pakistán y buscan sobre todo los riñones, que llegan a constituir el 75% del comercio ilegal. Hasta se vio la publicidad hace poco, en un diario de venta del propio riñón por 3000 dólares de parte de un hombre necesitado. Cada año, en todo el mundo, se verifican unos 10.000 trasplantes de riñones. Uno cada casi dos horas. La nueva frontera de quienes se dedican este negocio infame residen en África, donde la pobreza sirve de estímulo a la entrega a personas intermediarias sin escrúpulos. Obviamente, solo los más pobres son quienes están dispuestos al riesgo de una intervención quirúrgica por dinero.

Recomiendo vivamente ver el film “Sonidos de libertad” (en algún rincón de internet aún la encontramos), donde se relata el calvario de una historia verdadera con final feliz, pero con mucho compromiso por medio. Cuánto sacrificio, pero a la vez, cuánta satisfacción. Vale la pena.

No pocas veces la necesidad personal de un enfermo que está en lista de espera, siente la desesperación. “¿Cuándo llega mi riñón?” “… La necesidad real de un órgano no puede nunca justificar la explotación del cuerpo de otro ser humano, quizá igualmente asediado por el temor, el abandono y la pobreza. Y por tanto más débil que el primero que solicita y paga.

La venta de órganos no constituye nunca un instrumento a largo plazo para la emancipación de la miseria. Un estudio publicado en el 2002 en el Journal of the American Medical Association ha demostrado que el que vende un riñón empeora las propias condiciones de vida. Sobre 305 personas que han vendido el propio riñón, a seis años de la operación la condición de pobreza había empeorado y las deudas aumentado.

Para luchar contra este crimen hay desestimular la demanda y combatiendo las condiciones que favorecen el surgimiento de la oferta en los países más pobres. Hay que establecer serias penas, sea del exterior que vuelve con un órgano comprado ilegalmente, sea quien lo vende por pobreza en su país de origen.

La persona posee una dignidad “infinita”, inviolable. El cuerpo no es comercializable. Amemos esta verdad y nos juguemos por ella. Hay que tejer redes de liberación.

Por el Pbro. Dr. José Juan García