Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, tal es el nombre completo del creador de nuestra enseña patria, hombre que ha sido señalado con justicia, como una de las glorias más puras de la argentinidad. Este hombre de profesión abogado, militar porqué así lo requirieron las circunstancias, periodista, versado en economía, educador, diplomático y creador de la bandera, pasó los últimos días de su existencia en un estado de pobreza y orfandad que no tienen parangón en la historia. Narran los historiadores entendidos en el tema, que en septiembre de 1819 abandonó definitivamente el mando del Ejército del Norte, afectado por una hidropesía avanzada, complicada con otras dolencias, que lo dejaron prácticamente postrado. Los últimos días de su vida castrense se sucedieron de forma trágica; poco y nada dormía, carente de las ropas adecuadas, mal alimentado, sin las medicinas necesarias que requería su calamitoso estado de salud y sobre todo preocupado y triste por los hechos azarosos que habían comenzado a azotar a su patria. En esas circunstancias escribió unas palabras conmovedoras: “Sé que estoy en peligro de muerte, pero la conservación del ejército pende de mi presencia. Aquí hay una capilla donde son enterrados los soldados: también puede enterrarse en ella al general…”. Iniciado el largo viaje a Buenos Aires, viaje que gran parte lo hizo desvanecido en una cama, llega a Tucumán. Es aquí donde no sólo fue detenido por haber estallado una asonada, también es amenazado de ser engrillado, sin ningún halo de humanidad, a pesar del evidente hinchamiento que soportaban sus piernas. Fue su médico quien suplicó a los cabecillas que no se realizara semejante acto de salvajismo. Ya en libertad, llegó a Córdoba con sus recursos económicos totalmente acabados. Gracias a un providencial comerciante, quien le facilitó los medios necesarios, pudo continuar su tortuoso viaje. Teniendo como escenario la temible anarquía que vivía el país, llega por fin a Buenos Aires. En tristes circunstancias, como los apremios económicos, el tremendo olvido de que fue objeto y las luchas internas; Belgrano redacta su testamento, en el cual sobresale su profunda fe cristiana y una cláusula en la que deja sus pocos bienes, luego de pagadas sus deudas, a su hija Manuela Mónica, quien en ese entonces sólo tenía un año de edad. Su muerte se produce a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820 – hace 204 años; tenía solamente 50 años de edad, años que fueron suficientes para dejarnos semejante legado y ejemplo.
Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia