Como sabemos en aquel memorable mes de julio de 1816, Francisco Narciso Laprida presidió el glorioso Congreso de Tucumán. Lo hizo con ímpetu, conforme a las difíciles circunstancias que se vivían. Allí su estampa ocupó el primer plano de la vida nacional, dejando con pulso seguro, la rúbrica en el pliego que sería nuestra partida de nacimiento como nación independiente y soberana.
El presidente de este célebre congreso nació en octubre de 1786, era sanjuanino de ascendencia asturiana. Cursó los primeros estudios en su ciudad natal y los continuó en el Colegio de San Carlos en Buenos Aires. Luego pasó a Chile licenciándose en jurisprudencia.
Inició la carrera pública siendo joven. Sus sólidas virtudes y conocimientos le hicieron ganar un lugar de privilegio en los círculos que frecuentaba, ocupando destacados cargos en el gobierno. Cuando estalló la revolución de mayo se adhirió a ella y años después fue uno de los más fieles colaboradores del Libertador, contribuyendo con perseverancia y patrimonio en pro de la campaña emancipadora.
Con solo veintinueve años representó a su provincia como diputado, junto a Fray Justo Santa María de Oro. Sin embargo el accionar de Laprida no se agota con su desempeño en Tucumán. Años más tarde continuó los quehaceres políticos representando a San Juan en otras ocasiones y actuando en diferentes funciones, donde siempre surgían sus actitudes cívicas. Así por ejemplo fue investido como gobernador interino de la provincia, miembro de la legislatura local y nuevamente en 1824 representó a su suelo como diputado. Más tarde cuando la vida política se volvió arriesgada por las luchas intestinas que azotaban el país, Laprida emigró a Mendoza, enrolándose como cabo en el batallón “el orden”. Según explican los historiadores, se sentía orgulloso luciendo las charreteras de cabo, poniendo toda su capacidad en trabajar para enaltecerlas. Muy pronto llegó el día en que el batallón iría a la lucha y para el sanjuanino era un tema de honradez tener su piquete bien adiestrado. Es entonces cuando sobreviene el dramático episodio de su muerte, luego de la batalla del Pilar, en la que los unitarios fueron vencidos. En la tarde del 22 de septiembre de 1829 Laprida murió degollado a traición. Los restos jamás pudieron ser ubicados.
Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia