En una nota publicada el pasado martes 28 de enero, titulada “Antiqua et Nova” -en referencia a la “sabiduría, antigua y nueva”-, procedente de los dicasterios para la doctrina de la fe y para la cultura y la educación, este texto compuesto de 117 párrafos constituye hasta hoy la producción más completa del Vaticano sobre el tema de la Inteligencia Artificial (IA).
¿El término “inteligencia” puede designar sistemas técnicos complejos que buscan dar la ilusión de razonamiento, como el famoso robot conversacional ChatGPT? No, el Papa Francisco ya lo expresó hace apenas un año, con motivo de la Jornada de las Comunicaciones Sociales.
El uso de este término es “engañoso”, estimó el 24 de enero de 2024, pocos días después de un primer discurso dedicado específicamente a la IA el 1 de enero.
Un año después, mientras China y Estados Unidos emprenden una frenética carrera tecnológica, la reflexión continúa en Roma. “La IA no debe ser considerada como una forma artificial de la inteligencia humana, sino como un producto de ella”.
El “poder analítico” de la IA, su “increíble velocidad y eficiencia” ciertamente no se minimizan.
Convengamos que hay ingenio en todo esto. Innegable el salto tecnológico. “Esta dinámica de comparación y diferenciación, entre lo que es humano y lo que no lo es, subyace a todo el texto”, observa la teóloga Gemma Serrano, codirectora del departamento sobre Humanismo Digital del Collège des Bernardins. Aunque no se diga explícitamente, es una forma de responder a la retórica comercial que presenta la IA como similar a los humanos pero mejor.
Al realizar cálculos probabilísticos a partir de enormes volúmenes de datos, estos sistemas dan la ilusión de “hablar”, “razonar” e incluso “sentir”. Pero no es así, señala firmemente la Nota, denunciando los peligros de tal antropomorfización. O sea, simplificando un poco, pensar que lo humano pueda ser reemplazado por un robot. Y no será la ética del robot lo que tenga que preocuparnos, sino la ética del programador.
“La IA no tiene la riqueza de la corporeidad, de la relación y de la apertura del corazón humano a la verdad y al bien”, afirma el documento, retomando un tema desarrollado recientemente por el Papa en su última encíclica Dilexit nos, sobre el corazón de Jesús. La IA no “empatiza” con nadie, ni podemos pedirles la ternura de algunos recuerdos de infancia, entre otras cosas.
Me parece difícil afirmar que la IA sea neutral y que todo depende finalmente del uso que se haga. Sucede como en años atrás cuando Juan Pablo II hablaba de la globalización: “No es buena ni mala; depende de lo que hagamos con ella”, decía el Papa polaco.
“Si la IA tiene “el potencial de servir a la humanidad y contribuir al bien común”, particularmente en los campos de la agricultura, la educación y la cultura, también puede “obstaculizarla”, o incluso “contrarrestarla”, leemos en “Antiqua et Nova”.
Según el Papa Francisco “los datos disponibles hasta la fecha sugieren que las tecnologías digitales han aumentado la desigualdad en nuestro mundo”. Es difícil, esperar un cambio mientras estas tecnologías estén en manos de un puñado de empresas poderosas y motivadas por sus propios intereses.
Por el Pbro. Dr. José Juan García