Todo tiene un sentido y una orientación, lo que nos exige activar la cátedra viviente a golpe de latidos, que es como se reconstruye la autenticidad y se impulsa las verdaderas fuentes de vida. El encaje de la apariencia, envuelto entre falsos lenguajes mundanos, únicamente ofertan un mercado de vicios y vacíos. Hay que tomar conciencia, pues, de la realidad para no entrar en discordancia; comenzando por interrogarse uno así mismo, en lugar de procurar algunas satisfacciones superficiales y de aparentar lo que no quiero ser. Cada día corremos el riesgo de perder el dominio, de ser esclavos de un mercado de intereses que negocian con nuestros sentimientos, lo que genera una continua contradicción entre lo que decimos y luego hacemos. Venderse o comercializarse, por tanto, es un despilfarro al esfuerzo, cuyo órgano es nuestro mayor tesoro místico-vivencial.
Déjenos ser lo que queramos ser, siempre que pongamos voluntad en los reencuentros; sólo así, podremos ser más poesía que poder. El verso une, mientras el poderío esclaviza. Tan sólo de este modo, nuestro interior puede acoger y ofrecer un hogar de bondad y bien. En consecuencia, necesitamos que las acciones se pongan y se repongan desde el verdadero afecto, jamás desde el egoísmo, que es como todo se templa y armoniza con ferviente naturalidad. Indudablemente, hemos de sentir el níveo pulso en todos los abecedarios. Sin embargo, cuando abandonamos el corazón, perdemos potencia y recursos para reorganizar nuestra propia existencia. Realmente el astro y sus moradores pueden cambiar, pero en absoluto con armas, sino poniendo el alma en relación; volviéndonos más humanos, a través de los gestos de cada cual y con aire de sanación amistosa.
La incoherencia nos está enfermando mar adentro y esto es grave, gravísimo. No olvidemos que el corazón tiene argumentos que la mente desconoce. Quizás, por eso, cada aurora estamos más hambrientos de proximidad, compasión y ternura. Precisamos de miradas que nos despierten y acaricien. Será el mejor desarme, para ganar confianza entre los pueblos, prevenir conflictos entre análogos, asegurando la seguridad colectiva creíble y eficaz, con un mayor control de los armamentos y un ¡no rotundo! a la expansión de indumentarias vengativas. El idioma, ubicado en las entretelas del ser humano, es tan universal y cristalino como el firmamento, lo que requiere de nosotros una fuerte dosis de sensibilidad para entenderlo, compartirlo y hablarlo. Por consiguiente, la pasividad es el mayor tormento; ya que somos ciudadanos de diálogo y de relación penetrante, con su sístole y diástole.
Comprenderse es primordial para poder salir de la oscura cámara de los horrores y entrar en la luz, lo que nos demanda paciencia, pero persistencia de igual forma, ante un mundo dividido como jamás y desbordado por mil batallas, que lo único que hacen es confundirnos y que no prevalezca ni el sentido común, ni la diplomacia para aminorar las tensiones. Sin duda, hay que poner más corazón en el obrar, fuente y origen de todo bien. Pensemos que, la peor de las prisiones, radica en un palpitar encerrado en sí mismo.
Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor