Hace unos días vimos a un sacerdote haciendo manifestaciones políticas en medio de una misa. Hay una línea delgada en el liderazgo religioso que no se debería atravesar. Pasar por encima de ella sería perder de vista la supremacía de la Gracia Divina, presente en el sacramento de la Eucaristía. Y no lo dice quien escribe. Lo dejaron muy claro los documentos Libertad de Conciencia I y II del Cardenal Josef Ratzinger, presidiendo la Congregación para la Doctrina de la Fe. En la época del pontificado de Juan Pablo II, ocurrió un hecho que bien valdría tomarlo como antecedente. En 1983, dos cardenales nicaragüenses asumieron como ministros de Daniel Ortega, y cuando el Papa visitó aquel país, uno de ellos lo esperaba en el aeropuerto. Ernesto Cardenal, se arrodilló para saludarlo y el Papa lo increpó con vehemencia, “Regulariza tu situación con la Iglesia.” Esto fue muy común en esa época.
El Concilio Vaticano II caracteriza a la política como la forma más elevada de la caridad. La caridad sin justicia está vacía y la justicia sin caridad divide.
Hay sacerdotes que resaltan por sus condiciones humanas y son tentados de diversas formas. Una de esas tentaciones es la política. Recordemos el caso de Fernando Lugo en Paraguay. En el plano terrenal la Iglesia no propone un proyecto político, científico, técnico o social. No es su campo específico. Jesús lo dejó bien claro “Mi reino no es de este mundo” Ver documento del episcopado latinoamericano en Santo Domingo, en 1992. A cada pueblo le toca elegir su forma de gobierno. Pero, entiéndase bien lo siguiente. En el centro de la predicación del Evangelio está la dignidad de la persona humana. Cuando un gobernante agrede esa dignidad, la Iglesia levantará su voz, no para participar en política sino para salir en defensa de la dignidad del ser humano, que valga la redundancia, se encuentra en el centro de la predicación del Evangelio. En el caso del sacerdote argentino que irrumpió con cantos teñidos de una ideología en medio de una misa, se está afectando la supremacía de la gracia que todos los pontífices, hasta Francisco, se cansan de recalcar. No concuerda con lo establecido en el documento del episcopado latinoamericano dado en Santo Domingo en 1992: “la Iglesia no propone un proyecto político distinto al que se den los pueblos “. Nos guste o no, el pueblo argentino votó. La acción política se tiene que dar por medio de los laicos comprometidos, que los hay en todos los partidos políticos, que guiados por la eucaristia se atreven poner la misericordia de Dios en la sociedad y la justicia como la estructura que garantiza la caridad. El Concilio Vaticano II caracteriza a la política como la forma más elevada de la caridad. La caridad sin justicia está vacía y la justicia sin caridad divide.