Después de celebrar dos solemnidades de “comunión” -la comunión eclesial suscitada por Espíritu a partir de Pentecostés y la comunión trinitaria como vértice, modelo y fundamento de la comunión eclesial-, celebramos este domingo la “comunión eucarística” con Jesús.

Esta celebración del “Cuerpo y la Sangre del Señor”, también llamada del “Corpus Christi” (o “Corpus Domini”, del “Cuerpo del Señor”), nos sitúa una vez más en el plano de la amistad con Jesús y nos invita a tomar conciencia del hecho que esta amistad tiene una dimensión sacramental que se realiza en el misterio Eucarístico, que el mismo Jesús instituyó. Fue Jesús mismo quien dijo de qué manera permanecería en medio de sus discípulos y cómo continuaría la comunión comenzada en el discipulado de los caminos de Galilea, el cual tuvo su culmen en el amor total expresado por el Maestro con los brazos abiertos en la Cruz.

Por eso en la celebración de mañana domingo hacemos también una profunda confesión de fe y agradecemos el inmenso tesoro que Jesús ha puesto en nuestras manos. El Papa Benedicto XVI comentaba: “Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquel que impulsa a “dar la vida por los propios amigos” (cf. Jn 15,13)… En el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos “hasta el extremo”, hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!” (Sacramentum Caritaris N°.1)

Los evangelios nos ayuda a profundizar en el misterio eucarístico desde su propia perspectiva teológica y catequética. Así, a la luz de la misma Palabra del Señor, vamos comprendiendo poco a poco el fundamento y las implicaciones de la “comunión” con Jesús significada en la Eucaristía, la celebramos agradecidos y nos comprometemos con ella. Las distintas multiplicaciones del pan que Jesús fue haciendo a lo largo de su vida pública eran signos anticipados de la última cena y de su propia vida. El pan entregado y su sangre derramada fue todo el ministerio público de Jesús estableciendo la Nueva Alianza con los hombres.

Los catequistas en las parroquias enseñan el amor a Jesús sacramentado. Dan la vida para que niños y jóvenes descubran que Dios está ahí. Hacer la primera comunión es uno de los acontecimientos más grandes de nuestra vida. Recibir a Dios en el corazón. Los centros espirituales son escuelas donde se enseña la importancia del pan de Dios. A mayor grado de fe mayor amor en Jesús eucaristía.

Hacer una procesión eucarística con el Santísimo Sacramento por las calles de nuestros barrios y plazas luego de celebrar la misa es compartir el fruto más hermoso de los cristianos: la eucaristía. Es una oportunidad de compartir nuestra fe y el centro de ella en este sacramento culmen. La eucaristía es el gran regalo de Dios en medio de los hombres y la Iglesia transmite este gran don que recibió de Jesús.

El Padre Pio afirmaba: “sería más fácil que el mundo sobre viviera sin el sol, que sin la eucaristía”.

Por el P. Fabricio Pons