La última obra, y de reciente publicación del filósofo sur coreano Byung Chul Han, titulada “El Espíritu de la Esperanza”, reflexiona sobre el estado actual de la humanidad, marcada por el miedo, la angustia y la proliferación de escenarios apocalípticos, que parecen rodearnos. La literatura, el cine y las redes constantemente nos introduce en escenarios rodeados por tragedias mundiales. Según Han, es muy fácil sentirse que estamos al borde del fin en nuestro tiempo.

El autor señala cómo el miedo, se ha convertido en un mecanismo y una sensación que asfixia la libertad, llevando a dejar en segundo plano el pensamiento crítico e incluso, tras algunos acontecimientos como las pandemias, se cuestiona si debería continuar la democracia o estructuras institucionales racionales y cimentadas en los derechos más nobles del ser humano. El temor debilita las bases de la democracia. El miedo, al igual que la angustia, es una fuerza que ciega y restringe nuestra visión, cerrando puertas, estrechando nuestra forma de pensar.

¿Qué hacer ante escenarios que contribuyen al aumento de nuestros temores? El horizonte para ello según Han es la esperanza. La esperanza aparece como una fuerza que mira al futuro, que nos impulsa a avanzar incluso en la desesperación más profunda. La esperanza surge de la oscuridad o del sufrimiento. La esperanza es dinámica, invita a soñar con lo que aún no es, con lo inesperado, abriéndonos a lo nuevo y lo imprevisible.

En el contexto actual vivimos sumergidos en la inmediatez. Tenemos una visión del tiempo desde la perspectiva del consumo. La urgencia de hacer todo “ya”; es lo que nos aleja de una visión más amplia para la vida humana. Es por ello que debemos intentar agregarle a esta realidad la esperanza, ella nos daría una forma de experimentar la vida con mayor perspectiva.

Al situarnos en el presente, cada momento nos enfrenta a la incertidumbre, al cambio constante y a la proyección de lo que está por venir. La esperanza, al contrario, emerge como un motor que da sentido a nuestras acciones y nos impulsa a continuar, incluso en medio de las dificultades. Nos permite superar la inmediatez del presente y proyectarnos hacia el futuro, manteniendo viva la posibilidad de lo que puede ser, incluso cuando el contexto parece adverso. Sin embargo, la esperanza no es una ilusión, sino una fuerza real que transforma nuestro presente. Nos invita a pensar que, aunque el tiempo continúe su marcha implacable, siempre hay una oportunidad de cambio, una apertura a lo nuevo. La esperanza, entonces, es un acto de resistencia frente a la desesperanza y una afirmación de la capacidad humana de imaginar y crear futuros mejores. No es solo una expectativa pasiva de que las cosas mejoren, sino una postura activa que nos llama a construir ese futuro que anhelamos, incluso como una responsabilidad ética hacia los otros, reconociendo de esta forma que podemos transformar el mundo y esperar que el otro mejore también.

Por Jorge Ernesto Bernat
Prof. y Licenciado en Filosofía