Pasitos como de duendes niños bajan las viejas escaleras de mármol de Radio Colón, aquella de la gran antena, del prestigio de ser una de las mejores del país, por su programación de avanzada y cercanía al corazón y su enorme plantel de profesionales de radio incomparables; aquella que custodiaba en la puerta la bonhomía de don Ricardo Berger y en una oficina pletórica de instrumentos de previsión la autoridad inconmovible de don José L. Rocha que pacientemente garantizaba el mejor sonido del país.

Pasitos como de duendes niños apresuran los sueños bajando por la bella escalinata hacia el sótano donde funcionaba la ilustre emisora. Es el “negrito” Marcelo Vallejos que ha venido a buscar revancha a su partida repentina, dolorosa.

Años han pasado desde que la vieja Colón no está allí. Sin embargo, cuenta un hombre triste que pide limosna en la puerta que le vino al pecho algo parecido a una esperanza cuando sintió subir desde el subsuelo, como cascada inversa, unas melodías que su memoria no había olvidado.

Estuvo seguro que esa sombra de un celeste transparente que minutos antes había bajado al sótano inmortal era la de un antiguo operador, y no tuvo dudas de que se trataba de Marcelito Vallejos.

Manos delgadas y presurosas comenzaron nuevamente su diaria tarea de descubrir o anticipar el corazón de la radio, porque en suma eso es el manejo serio de una consola. Y sobre todo cuando conducía el corcel Marcelo Vallejos.

Él sabía por donde agarrar el viento, porque la cotidianeidad de una radio es justamente un descubrimiento diario, un desafío para que todo funcione bien y las acechanzas del nuevo día no empañen el prestigio de una gran emisora argentina.

Aprecié mucho a mi amigo Marcelo Vallejos. Con Hugo hicimos de esa radio un segundo hogar, porque allí se cocinó gran parte de nuestra entrega artística y, sobre todo, allí hicimos muchos grandes amigos, porque ése fue siempre el sello más humano de la vieja y querida Colón.

¡Qué macana Marcelo irte tan pronto y sin despedida! Será un caricia recordar aquellos momentos de sana amistad y reconocer en los viejos plátanos de la Peatonal antigua las señales del saludo afectuoso que nos prodigábamos y las carcajadas silvestres que se nos caían de alma con la frescura de tus frases de niño en corazón de hombre.
Chau, amigo!.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete