Este 24 de junio celebramos una nueva solemnidad de San Juan Bautista, patrono de nuestra provincia. Nos llamamos “sanjuaninos” por el patronazgo de Juan Bautista. Nuestra Iglesia Catedral, Iglesia madre de nuestra diócesis, lleva este nombre. Todos los habitantes de nuestra provincia deberíamos estar identificados con nuestro santo patrono.
Un personaje bíblico de gran envergadura. Fundamental para la llegada del Hijo de Dios. Cuando abrimos los evangelios, “corazón de la Sagrada Escritura”, comienzan sus narraciones presentando al Bautista como un “personaje gozne”: es el último actor sagrado del Antiguo Testamento y al mismo tiempo es quien abre el Nuevo. Muchos aspectos podríamos desentrañar de este rico personaje. En estas líneas solo diremos algo del Bautista como “precursor del Señor”.
Los evangelios lo presentan como aquel que antecede a la manifestación pública de Jesús preparando al pueblo espiritualmente. Es descripto como un predicador solitario, vestido de manera sobria, en el ámbito del desierto de Judea, invitando a recibir un baño de purificación para el perdón de los pecados. Su predicación se mueve en torno a dos ejes: la auténtica conversión interior y la llegada inminente del Reino de los Cielos en la persona de Jesús.
Una voz esperanzadora
Los evangelios sinópticos resumen su actividad “precursora” respaldándola en una cita del profeta Isaías, 40,3: “una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Este texto pertenece a una colección profética que habría sido redactada a finales del Exilio Babilónico, sobre el año 560 a.C, donde Israel estaba saliendo de la cautividad Babilónica, y ese personaje misterioso que grita en el desierto para que se allanen los caminos, trae a Israel la consolación: la buena noticia, el alegre mensaje de esperanza y alegría porque se acerca la liberación, el fin de la esclavitud, gracias al Señor. Así, la persona del Bautista es la voz esperanzadora que advierte la llegada de Jesús haciéndose para los corazones creyentes de Israel camino preparado y senderos allanados.
¿Por qué vive y predica en el desierto? La expresión “desierto” tiene una doble connotación: a) geográficamente el Bautista habría habitado en la zona del valle inferior del río Jordán, cerca de Jericó, en la desembocadura del Mar Muerto; b) simbólicamente: el desierto siempre fue para Israel el lugar del encuentro con Dios: la liberación de Egipto hacia la tierra prometida se da caminado por el desierto, Elías se fue cuarenta días al desierto para ver dónde pasaba la presencia de Dios, en las antiguas profecías de Oseas le habla a Israel diciendo: “los llevaré al desierto y les hablaré al corazón” (Oseas 2,16). El Bautista al esperar la aparición de Jesús en el desierto se ubica en la misma línea de los profetas y de la llamada apocalíptica judía esperando la manifestación de Dios. El desierto dicen los rabinos judíos, es el lugar de la Palabra. En hebreo el término desierto es “midbar” y curiosamente el término “palabra” es “dabar”, tiene las mismas consonantes “dbr”, la “palabra que es Cristo” se manifestó desde el desierto.
Reencuentro con Jesús
El bautista se alimentaba con los productos que le ofrecía aquella región semidesértica. La “miel silvestre” la producían las abejas en los huecos de los árboles y en las hendiduras de las piedras. Las “langostas” eran asadas al fuego o cocidas con agua y sal. Vestido con una “piel de camello y un cinturón de cuero en sus lomos” describe el ascetismo del Bautista acompañado de su cruda predicación. Este modo de vestir recuerda al profeta Elías mencionado en el libro de los Reyes (1,8).
Cada 24 de junio el Bautista nos enseña un camino de esperanza, humildad, sobriedad y reencuentro sincero de corazón con Jesús.