Nuestra música folclórica se ha alimentado de variados sucesos históricos, anécdotas, leyendas y hechos pequeños de nuestro pasado. Así por ejemplo se han recopilado eventos de carácter heroico como aquella famosa batalla del “Pozo de Vargas” que inspiró una zamba, igualmente personas que fueron reverenciadas por el pueblo como la “Telesita”, motivo de una chacarera. También se describen costumbres de antigua data como los carnavales, tradiciones navideñas etc., todos ellos musicalizados en diferentes y armoniosas expresiones rítmicas.

Un tema que se han ocupado numerosos compositores argentinos se refiere a los sucedidos en las tradicionales pulperías criollas. Indudablemente el más conocido es aquel melodioso vals “La pulpera de Santa Lucía” cantado por numerosos interpretes. De acuerdo con datos aportados por el escritor Pedro Cereseto, la historia que narra en las estrofas su compositor -Héctor Blomberg -se refieren a hechos concretos que llegaron a sus oídos a través de informadores de “segunda mano”. Los testimonios revelan que durante la época de restauración -en 1840- existía sobre un camino que llevaba de Buenos Aires a Barracas, una pulpería propiedad de una mujer de color llamada Flora Valderrama. La nombrada desde su juventud era criada de una familia de antiguo linaje apellidada Bustos, reconocida por su tendencia unitaria. Durante la segunda gobernación de Juan Manuel de Rosas uno de sus integrantes tuvo que evadirse hacia Uruguay por cuestiones políticas. Previo a su huida le suministró dinero a la mencionada mujer con el objetivo de poder instalar una pulpería y de esta manera obtener un pequeño sustento económico. Sin embargo Bustos le dispensó este caudal en estos términos: que se hiciera cargo de una hija de él mientras soportaba el destierro. Se relata que la pequeña en el transcurso de los años se transformó en una hermosa joven: “Era rubia y sus ojos celestes…”, pretendida por los gauchos que frecuentaban el negocio -cercano a la Parroquia de Santa Lucía-. Además de su belleza la chica poseía una voz angelical, deleitando a los concurrentes con hermosas canciones.

Así sucedían los días cuando llegó al lugar un famoso payador integrante de la mazorca. Tal personaje se enamoró de la joven declarándole su amor en endechas: “Le cantó el payador mazorquero con el dulce gemir de vihuela…”. Pese a toda su galantería el gaucho no logró conquistarla. Finalmente y con el consentimiento de Flora, la pulpera correspondió al amor de otro guitarrista de apellido Miranda, perteneciente a las huestes del General Juan Lavalle: “La llevó un payador de Lavalle cuando el año 40 moría, ya no alumbran sus ojos celestes, la parroquia de Santa Lucía…”. A partir de entonces las noticias sobre su vida se desvanecen en los intrincados laberintos del tiempo.

Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia