¿Cómo se aprende a seguir viviendo después de estar toda una vida con la misma persona? Cuando la pareja de una persona fallece, afloran un sinfín de interrogantes: ¿Por qué a mí? ¿Por qué me dejó? ¿Por qué se fue tan pronto? Quien se queda siente una mezcla de emociones como la sensación de abandono, el desamparo, la desolación, entre otras.
La muerte de alguien que amamos generalmente nos sorprende. Nunca estamos realmente preparados para que ocurra y muchas veces nos enoja, porque es un suceso que ocurre fuera de nuestro control. La verdad es que no tenemos ni idea de qué hacer con lo que perdemos y por eso duele tanto.
Cuando fallece la pareja, la persona que se queda atraviesa un duelo por separación y hay una pérdida de un mundo, de una vida construida. En ese vínculo se habían volcado proyectos, deseos, ilusiones. Lo que más se extraña, no es tanto al otro, sino la cotidianidad y esa rutina en común.
No estamos preparados para perder cosas o personas hasta que aprendemos de la finitud. A partir de las pérdidas que vamos atravesando, la vida nos va enseñando el sentido de impermanencia. “Hay mucho que desmantelar cuando se ha compartido parte de la vida y toca deshacer aquello que dio un sentido de pertenencia, una rutina, un diálogo común, una serie de complicidades” (Alaleh Nejafian).
Cuando la pareja muere, se muere también una parte de la persona que queda viva. El trabajo de duelo no es fácil. Dejar ir a ese otro, es despedir una parte de nuestra propia historia, un pedazo de nosotros mismos. El duelo, duele. El duelo se siente como un desgarro, es sentir en el centro del pecho un agujero que no se llena con nada. Todo se desmorona ante nosotros. Lo que se duela no es tanto la pérdida del otro, sino del lugar que el otro nos daba.
“A mí me hubiera gustado saber que no estoy loca, que el duelo es ensordecedor, que cala hondo.
Que está bien estar mal, que está bien estar bien.
Que permanecer y abrazar el dolor es inminente para poder deshacerlo.
Que por los agujeros del corazón roto es por donde entra la luz.
Que resignificar muerte es comprometerse con la vida.
Que la vida es maravillosa, con todo lo que trae.
Es este instante.
Y que finalmente todos nos vamos a morir.
Por eso elijo una y otra vez abrazar la totalidad:
esperar nada, agradecer todo.
Con todos mis colores, con todo mi amor”.
(Iris Rubaja).
Creo que es muy importante poder respetar los tiempos de la persona que está en duelo, entendiendo que esta es una etapa muy compleja y personal. El duelo es un proceso, y como todo proceso, tiene sus etapas. Cada uno tiene que ir encontrando la mejor forma de atravesar su propio duelo.
Luego de ese tiempo sucede la transformación, la aceptación en donde la persona admite que no vale la pena seguir resistiendo, la pérdida es inevitable y hay que dejar ir. Esto es dejar de luchar, resignarse y resignificar la ausencia. Poco a poco la persona aprende a transitar y habitar la nueva vida.
“Ojalá puedas abrir tu corazón.
Ojalá puedas entregarte al proceso.
Ojalá puedas aceptar tu realidad.
Ojalá puedas soportar el viaje.
Ojalá tengas la fortaleza necesaria para atravesarlo.
Ojalá puedas transformar tus emociones.
Ojalá te acompañe tu voluntad.
Ojalá encuentres empatía en el camino.
Ojalá te cruces con corazones disponibles que acompañen.
Ojalá el pasado sea lluvia,
ojalá el futuro sea sol,
ojalá aquí y ahora, puedas abrazarte al arco iris”.
(Iris Rubaja).