La fantasía de que exista guardado un cielo de los personajes de los pueblos es bella y esa esencial belleza la hace posible de estar en algún lugar.

Son tantos que no caben en una nota. Si ellos no hubieren existido, las ciudades y los pueblos carecerían de eso que los distingue, que los hace ser lo que son, su impronta, su palabra, sus gestos. Un personaje expresa al lugar y con el tiempo lo va constituyendo.

La vida pasa a la par de ellos o a su costado, con su multiplicidad de claroscuros; pero la vida sería un devenir difuso, inconcluso sin estos seres que la toman por el lado de la fantasía, las pasiones, los dolores, la quimera y, a su modo, la traducen.

Imagino un cielo donde los protagonistas cotidianos ratificaran su paso por el mundo. Allí veo acomodando azules el tronquito dulce de Faustino, el enanito de calle Rivadavia. Y en una esquina está colectando brisas la banderita del Gauchito de la Peatonal, haciendo Patria en serio.

Julieta Sarmiento, con su delantal de rocíos, sigue educando, fiel a su dignidad. Carlitos dirige un tránsito de satélites de antorcha. Don Santiago Paredes se las arregla para reinventar colores en noches de tormenta y revivir parrales en patios celestiales.

En épocas de mi infancia, el “Loco” Antonio busca en el espacio su bicicleta alada, y su bandita ha de herirse de lluvias infinitas en un sitio donde nadie es pobre ni rico.

El Porteñito reconstruye una fiesta con matracas de truenos dulces y guirnaldas de arco iris, para que los niños nunca lo olviden.

Canta allá en la cercanías del banco Francés el “Bandeja”, y la farra del cielo se eleva por sobre soledades y lloros. Hasta allá, el universo de lo mágico, llevaste tu magia, “Chiquito” Escudero, y -como te lo propusiste- el tiempo es una ilusión inútil si no lo llenamos de vida y la vida un sueño muerto si no nos proponemos alguna obra para agradecerla.

La tribuna popular revienta, delira y lagrimea ruiseñores heridos, allá por el firmamento porque el Lilo Giménez, con su copa Panamericana, nos revela en el viejo velódromo la tapa de El Gráfico con su figura de duende celestial.

La doble Calingasta se dobla de dolor porque ignoran que siguen la carrera en el cielo los héroes que bajaban el temible Tambolar a cien kilómetros por hora. Ahumada seguirá lustrando esquinas en los zapatos que recibe su digno cajoncito, para que sus hijos lleguen a profesionales sustentados en la hermosura de sus convicciones.

El “Negro” Picot, con su varita de sueños, pateará lunas de septiembre, para que un niño la ataje en un poniente encantado.

El “Flaco” Rufino Martínez sigue ovillando poemas para que el tiempo tenga donde sentar el amor y la belleza.

Alfredo Sisterna rescata del infinito un cogollo casero; entonces, su tonada se hace inmortal junto al Pocho Peralta, desde un Caucete de cantores. Y hasta el querido Alberto Vallejos organizará una sentada de ángeles niños para que su Pandilla del Tío Melchor pronuncie canciones indelebles, y el sueño herido de la vieja Radio del sótano continúe su palabra frutal por el calco de un San Juan que se niega al camino del olvido.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.