Este domingo leemos en comunidad el evangelio según san Marcos 4, 26-34: “En aquel tiempo, Jesús decía a la multitud: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”.
Dijo también: “¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra””.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado”.
Las parábolas de Jesús son un medio simple para hablar del misterioso crecimiento del reino que pregona. Es verdad que había anunciado con una seguridad inquebrantable que ese reino “ya está aquí” o que “en medio de ustedes”. Mc 1, 14-15 lo pone como programa, a la vez que exige conversión y confianza en ese anuncio. Pero le preguntaban: ¿dónde está ese Reino? De allí que las dos parábolas del crecimiento, mediante los símbolos de un pequeño grano y una semilla de mostaza -que es como una cabeza de alfiler- vengan a decirnos algo significativo de sus comienzos, de sus logros y de su consumación.
Se da una cierta disimilitud y contraste en el final de las dos comparaciones: la del grano en lo que se refiere a lo que, a causa del crecimiento y la consumación final, no tendrá sentido (se desechará) y la de la mostaza nos habla del final en términos más positivos, porque se hará grande y vendrá a ser “hogar” y protección de multitudes de pájaros.
El reino está ya aquí, pero sólo como una semilla que conocerá un final grandioso. No son parábolas deslumbrantes, pero están llenas de sentido. Debemos aceptar la misma naturalidad de este mensaje en cuando es algo que ya está sembrando, que está creciendo y por eso tiene misterio. Como tiene misterio la comparación de la levadura (cf Mt 13,33; Lc 13,29-21) que poco a poco impregna la masa. Eso quiere decir que está “germinando” y por eso se alumbrará un mundo nuevo, un “hábitat” donde vengan todas las aves a protegerse.
El Cristianismo no ha de excluir a nadie: a la vida se la recibe como viene, con lo imperfecto, lo diverso, lo excluido, lo descartado. Todos son absolutamente queridos por Dios para ser parte viva de su Reino de Amor, sobre todo los pobres. La Madre Teresa de Calcuta no preguntaba de dónde venían sus niños abandonados. La calle se los proveía. Simplemente abría su corazón y su casa. Pedro Claver en Cartagena de Indias, no preguntaba nada a los esclavos que venían de África, les daba escuela y enfermería. M. Luther King quería igualdad de trato para todos; “soñaba” con igualdad de oportunidades para blancos y todas las etnias. Y por ello dio su vida.
Hemos de salir a “cobijar” a todos. Sin mirar condición alguna. Sin creerse superior a nadie. “Todo hombre es mi hermano” decía Pablo VI. Si Dios es Padre, todos somos hermanos. Somos Familia, con hechura de fragilidad entusiasmada.
Por el Pbro. Dr. José Juan García