¿Qué imagen de la Iglesia emerge del Sínodo, concluido por el Papa Francisco el pasado 27 de octubre? La pregunta la formula el obispo-teólogo Bruno Forte. Pero podemos aún interrogarnos: ¿Cómo seguimos?, ¿Qué forma asume la “conversión pastoral” ahora?

Para responder a estas legítimas inquietudes usamos tres expresiones: Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. La comunión fue la vivida durante la asamblea entre obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, hombres y mujeres de todo el mundo, que experimentaron un riquísimo intercambio.

La comunión no se logra, sin embargo, sin la participación activa de todos los miembros del pueblo de Dios, cada uno según los carismas recibidos: unidos en el amor que viene de lo alto, los bautizados forman un pueblo donde se pide a cada uno poner lo que se le ha dado al servicio de todos. La Iglesia -afirma el Documento- “recibe de Cristo el don y la responsabilidad de ser fermento eficaz de los vínculos, de las relaciones y de la fraternidad de la familia humana, dando testimonio al mundo del sentido y de la meta de su camino. Asume esta responsabilidad hoy en una época dominada por la crisis de la participación… y por una concepción individualista de la felicidad y de la salvación” (n. 20). Ante este escenario, el Sínodo relanza el valor de la participación de todos, a partir de la diversidad de dones y servicios: “Ha surgido la aspiración de ampliar las posibilidades de participación y ejercicio de la corresponsabilidad diferenciada de todos los bautizados, hombres y mujeres” (n. 35). En este sentido, se presta especial atención a los distintos órganos de participación en la Iglesia local, así como a nivel universal (nn. 87-94). En cuanto a una mayor participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones en la Iglesia, objeto de expectativas largamente esperadas, el Documento señala la necesidad de un mayor estudio ( n. 60). La llamada a una mayor corresponsabilidad concierne, sin embargo, a todos los bautizados ( n. 77).

Finalmente, es el tema de la misión el que impregna todo el Documento: “La sinodalidad no es un fin en sí misma, sino que apunta a la misión que Cristo ha confiado a la Iglesia… Sinodalidad y misión están íntimamente unidas” (n. 32). Por supuesto, la misión no puede realizarse de forma unívoca, sino que debe adaptarse a los desafíos que encuentra: “La llamada a la renovación de las relaciones en el Señor Jesús resuena en la pluralidad de contextos en los que sus discípulos viven” (n. 53). En particular, “escuchar a quienes sufren exclusión y marginación fortalece en la Iglesia la conciencia de que forma parte de su misión cargar con el peso de estas relaciones heridas para que el Señor, el Viviente, las sane” (n. 56). Todo esto exige una atención especial al discernimiento que debe realizarse. “El discernimiento es tanto más rico cuanto más se escucha a todos” (n. 82). Se recuerdan muchos campos de compromiso: de la defensa de la vida y de los derechos de la persona al servicio del orden justo de la sociedad, de la dignidad del trabajo a la acción en favor de una economía justa y solidaria, de la ecología integral a la evangelización misión, que la Iglesia está llamada a vivir y encarnar en la historia.

Por el Pbro. Dr. José Juan García