Este domingo leemos en comunidad el evangelio de san Lucas 3, 10-18: “En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: “¿Entonces, qué debemos hacer?”.

Él contestaba: “El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?”.

Él les contestó: “No exijan más de lo establecido”.

Unos soldados igualmente le preguntaban: “Y nosotros ¿qué debemos hacer?”.

Él les contestó: “No hagan extorsión ni se aprovechen de nadie con falsas denuncias, sino conténtense con la paga”.

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías?, Juan les respondió dirigiéndose a todos: “Yo los bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene la horquilla para limpiar su cosecha, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga”.

Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio”.

El evangelio es la continuación del mensaje personal de San Juan Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas.

Podemos adelantar que san Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista para vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia del seguimiento que Lucas propone a los suyos. Acuden a san Juan Bautista la multitud y nos pone el ejemplo, de los publicanos y los soldados. Unos y otros, absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas no ha podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera salvación de Dios. Este cristianismo práctico, de “desprendimiento”, es una constate en su obra. Juan no es el Mesías, sí su precursor. Él anuncia la llegada inminente del cumplimiento de las palabras de los profetas: “un Mesías vendrá…”

Hoy nos encontramos con la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, pero no menos veraz: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la figura que “despierta” el Adviento, es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe ni mienta, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás.

Estos ejemplos -si quisiéramos- pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad, para que sea justa e “inclusiva”. ¿Es inclusivo que el 49,9% de nuestros hermanos argentinos vivan bajo la línea de pobreza? ¿Qué podríamos hacer para arreglar este desorden?

El de Juan Bautista no es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es sin duda; es, asimismo, una posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría. ¿Sentimos en este Adviento, que el Señor nos da la oportunidad del cambio y la alegría? ¿Podemos “mejorar” nuestra situación y volver a ser discípulos y misioneros del Señor que nos convierte. Su Gracia está ahí: dispuesta para nuestra libertad.

Por el Pbro. Dr. José Juan García