En artículos anteriores dijimos que la educación afectivo-sexual forma parte de la educación integral del ser humano. Hemos hablado de la misma en los primeros años de vida, donde los padres como primeros y principales educadores, y las instituciones educativas, con el objetivo de sumarse a esta tarea y educar en sintonía con la familia, brindan los conocimientos, principios y valores necesarios para la formación plena y total de la persona.

Queremos ahora referirnos a la etapa de la pubertad, donde la evolución física, afectiva, sociocultural y espiritual del desarrollo sexual requiere mucho más que la mera transmisión de saberes, sino que exige el educar en las virtudes del pudor y la castidad, que es “enseñar a amar”. Una correcta antropología nos muestra que en el actuar humano intervienen la voluntad y la libertad, pues el hombre no es un mero animal, sino una persona. Las virtudes son “hábitos operativos buenos” que capacitan para el actuar según la recta razón, y la familia es la primera “Escuela de las virtudes humanas”, personales y sociales, que todas las sociedades necesitan. Creo que a todos los padres de familia les gustaría que sus hijos fueran obedientes, ordenados, generosos, sinceros, responsables, leales, respetuosos, estudiosos, etc. Podemos decir que la madurez natural del hombre es resultado del desarrollo armónico de las virtudes humanas.

Educar hoy para el pudor y la castidad no es tarea fácil ya que la cultura postmoderna procaz y pansexualista presenta una banalización profunda de la sexualidad que dificulta la tarea de formar en valores y virtudes. Pero esto no nos puede eximir de ofrecer a los adolescentes la auténtica educación de la sexualidad y del amor, una educación que implica la formación del carácter en el pudor y en la castidad, como virtudes propias del comportamiento sexual que favorecen la madurez de la persona y la capacita para “saber amar” con éxito. Por eso, la educación sexual es una “educación para el amor” verdadero. O el hombre controla sus pasiones y es feliz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado.

El pudor es reconocer, cuidar y defender la propia intimidad de las intromisiones ajenas y respetar la de los demás. Es una conducta en parte natural e instintiva, y en parte fruto de la educación recibida. Hay que educar en el respeto del propio cuerpo y de los demás, para no ser vistos como “objetos de placer”, sino como personas.

La castidad es la virtud que gobierna y ordena el impulso o instinto sexual, tanto en sus aspectos físicos como afectivos, a fin de lograr su dominio. Es decir, la castidad es el auto-dominio o dominio de sí, que permite a la persona integrar los aspectos biológicos, psicológicos y espirituales de la sexualidad. De esta manera, ayuda a superar el egoísmo (gran enemigo del amor), a evitar la agresividad y violencia sexual, los abusos sexuales, etc.

Así lograremos, con la educación de las virtudes, que nuestros hijos crezcan sanos y felices, pues queremos lo mejor para ellos. El fin de la educación es la felicidad por medio de la perfección virtuosa (Aristóteles).

Por Ricardo Sánchez Recio
Lic. en Bioquímica – Orientador Familiar