Son actores, protagonistas de cada pueblo o ciudad los personajes, privilegiados, representantes y símbolos de los lugares donde han vivido; y más que eso, son su misma historia, porque a través de las huellas distintivas que han dejado, esos lugares han diseñado gran parte de su perfil.
Dipus fue uno de ellos. Como lo narramos en nuestra “Canción para Dipus”, fue un personaje de la ciudad; pero mucho más que eso, un hombre bueno y, esencialmente, sensible. Quienes, allá por los ochenta, alguna vez se sentaron en confitería céntrica o un lugar de espectáculo, posiblemente recuerden este humilde muchachón de imagen serena y cordial que cuando avizoraba alguna posibilidad de diálogo, pedía permiso y manso se sentaba a la mesa esperando algún gesto de afecto; entonces se largaba sin molestar, porque, humilde como era, tenía el don de la ubicuidad, y entonces era común escucharle sus famosos discursos de sana e ingenua política, cargados de “eses”, algo parecido al modo de hablar santiagueño. Y luego sus lágrimas. cataratas de lágrimas que en rigor nadie podía explicar y que desde el laberinto de su incipiente alcohol nos caían como dulces mensajes. Y se iba triste y casi final, como el tango, y se perdía en la ciudad indiferente, que por un momento le había sido cordial y escuchado sus alegatos.
Y en las mesas nos quedaba la sensación de haber tenido entre nosotros una mezcla de profeta y nuevo amigo, del que prácticamente nadie conocía su nombre ni paradero. Salvo que sería de origen peruano.
Y de un día para otro desapareció con la misma mística que cuando llegó a nuestra ciudad. Se lo tragó una nube de tristeza, quizá. y alguien dijo por ahí que había muerto, y luego apreció la versión fue confirmada, pero nadie sabía cómo ni cuándo. Nunca supimos nada más de él, ni siquiera cuando difundimos y grabamos la canción que le dedicáramos y que recorrió el país; pero ningún familiar ni amigo suyo nos llamó por ese tema. Hasta que tiempo después nos llegó una versión estremecedora que no hemos podido confirmar, pero que suena verosímil, habiendo conocido a Dipus: Cuentan que deambulaba por las afueras de la ciudad y al pasar por un taller sintió gritos desesperados de un animal. Allí presenció como dos salvajes castigaban hasta matar a un perro visiblemente enfermo. Entró a la casa y, ante la mirada atónita de los asesinos, corrió a proteger con su cuerpo al animal. Entonces murió.
Conocida esta versión, confirmamos como nunca que la canción había sido justa con él: “Pudiera ser que un día de septiembre, acodando la luna en algún bar, te encuentren los penúltimos bohemios, filosofando un vino en soledad; y a fuerza de pechar por la ternura, despegues un lágrima, no más; un solo volantín hacia las brumas, para perderte luego en la ciudad. Pudiera ser que anclado en una rosa, nos duelas con el discurso final; y un responso de cuecas y tonadas te aplauda por las calles de San Juan…”.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete