“Ojos quebrados como los cerros donde has nacido,/ tu alegría descalza corre en las piedras del callejón;/ cuando me ves de lejos que voy llegando, cansao’ el tranco,/ sales a recibirme y tu boquita grita ¡papá!”. Es el estilo de uno de nuestros más grandes autores y compositores contemporáneos; un torrente de fina sensibilidad expresado en el clima agreste de su Pocito natal, donde las piedras, los cerros, el callejón y el parral se manifiestan junto a los sentimientos de la gente simple, pero posiblemente la espiritualmente más rica.

El “Bebe” Flores, desconocido casi como Carlos Augusto Flores Yanzón, viene con el legado de su gran obra, desde gran parte de estos últimos 50 años gestando una marca indeleble en la canción popular sanjuanina, ésa que se caracteriza por la “pura emoción” que se recuesta confiada en un paisaje que este auténtico poeta diseña en forma singular y que gente sensible ha contribuido también para reconocer y describir a partir del corazón de “El Bebe”, de sus vivencias, sus frustraciones, sus amores y sus sueños.

Cuando en su “Cuyana Cosechadora” nos describe: “Recuerdo la mañanita/ de junio para la atada; /entre mis manos temblaban tus manitas tan heladas,/ y yo te robaba un beso en la ñata colorada”, está seguro que no ha descubierto nada; eso ocurre en cualquier callejón donde dos cosechadores pueden encontrar trabajo y el amor bajo el rigor del junio sanjuanino; pero -claro está- no cualquiera puede verlo y contarlo como “El Bebe”. El poeta ve las mismas cosas que pueden ver los demás, pero desde otro continente y las expresa de otro modo, el de la belleza, y muchas veces las cosas hermosas que el poeta descubre con los instrumentos privilegiados de que está dotada su alma pasan desapercibidas a los ojos de cualquiera; él es capaz de encontrar una historia de amor en un brote, una lágrima en una estrella; he ahí la diferencia: es el poeta quien descubre un universo especial, mientras que el hombre común generalmente puede hacerlo a través del poeta.

El “Bebe” Flores describe como nadie con su canto uno de los vértices más bellos y sensitivos de Cuyo; incorpora a la canción cuyana los gestos puros y profundos de este ser humano regional forjado junto al cerro, solitario, callado, pero hondo y “familiero” como ninguno; sus canciones le regalan a la región la cuota -muchas veces retaceada- de lirismo y poesía, que en su caso particular se cobija en una actitud que va desde la dimensión de lo más simple hasta la eternidad de los sueños.

San Juan, Cuyo en suma, le debe a este cantautor por antonomasia un reconocimiento acorde a sus méritos. Los intérpretes debieran comenzar a interesarse más por su enorme obra; arrimarse a su vertiente singular, pedirle grabaciones caseras que son las más sabrosas para conocer el mejor costado de nuestros autores y entonces tener la seguridad que se internarán en una de las más excitantes odiseas que el canto nuestro ha producido en este siglo.

“Risa de cascabeles,/ tierna mirada,/ hoy cumple seis añitos mi enamorada”, dice el “Bebe” en su canción “Regalito”, con esa constante de cantarle a sus hijos cuando pequeños, los que hoy, ya grandes, habrán podido comprender en toda su dimensión de qué modo su padre ha podido apretarlos para siempre junto al corazón. En esto los poetas tienen otra ventaja: aunque sientan y sufran con la misma intensidad que los demás, tienen en sus manos fáciles el argumento necesario para decir las flores por su nombre.

Yo le compuse hace unos años un vals en humilde reconocimiento.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor e intérprete