El panorama venía como en picada. Pero hoy es más cruel. Como si un viento de desgracias se hubiera llevado los sueños; la casa había sido abandonada. El gatito negro que casi siempre saltaba desde el contenedor de basura y se metía en ella apresurado cuando alguien se arrimaba, no está. El perro viejo que se arremangaba con tristeza sus últimos días se llevó la muerte a otro sitio.
Como en el tango, “sólo telarañas que teje el yuyal”, proponen escondrijos para las sombras.
Esta semana pasó por esta calle una procesión y se detuvo en la puerta inaccesible a contemplar la ausencia. Cesaron los “cánticos prudentes, murmullos primos hermanos de los rezos, y -cuenta una vecina- que con el relumbre del ocaso se vio en el jardín reseco la húmeda claridad de una cruz.
Abandonaron la casa las navidades y las risas de niños y ancianos. Pero por más retiros y soledades que allí reinen, sólo se castigará las ilusiones que ese hogar ha construido, cuando el cinismo de la topadora algún día se enseñoree desde la prepotencia. Y ni siquiera se dé cuenta de que toda derogación es la proclamación de una vida indoblegable.
Se veía que sus moradores habían sido piadosos con los malvones, antes del alejamiento, porque se les notaba una poda cordial a partir de la cual el invierno no era tan final y les abrazaba sus crestas carmesí.
La vieja puerta ya comenzaba a sufrir los embates del tiempo, pero más los del abandono, seguramente porque su puesta hacia el sur permanentemente la envolvía de las crueldades del clima.
Un hombre oscuro, añoso y con bufanda a cuadros, se paró un instante frente a ella, sabiendo que no podría entrar, aunque dio la impresión que con un arrebato de dolores igualmente entré por el pasillo donde la chepica helada marcaba a fuego las hendiduras de las lajas y donde un vencido cedrón se iba muriendo sepultado por un entierro de aromas.
Había transcurrido unos cortos meses desde que la casa quedó cerrada luego del misterio del abandono, que fue quizá su último morador.
Vi perfectamente que el hombre oscuro no podría vencer la obstinación de la puerta de hierro. Sin embargo, quejidos de animal herido subieron al hombro del portal, como si se hubiera abierto. Y una mirada luminosa de tropeles de lágrimas se fue metiendo cautelosa en la soledad de hierbas y ventanas heridas.
Las leyendas sin tiempo o los chismeríos del barrio dirán que alguien que no era de aquí llegó un día a visitarla desde un colectivo demorado o la quimera dañada de una bicicleta pinchada.
Y que logró entrar sin abrir la puerta herrumbrada, que, ante sus deseos, sólo se quejó como satisfecha..
Y que en su bolsito gris se llevó con aroma de cedrón un montón de cosas que ninguno de nosotros podría ver jamás porque eran sólo suyas, y porque en el secreto de las nostalgias las casas abandonadas se acurrucan, se cierran como ostras y se desmarcan de todo, menos de sus historias..
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete