Como varias veces se ha escrito en estas páginas de DIARIO DE CUYO, desde febrero de 1836 San Juan estuvo marcada por la prolongada gobernación de Nazario Benavides. Hombre activo y pacífico al mismo tiempo, con 31 años de edad llegaba al máximo cargo político local en un momento muy complejo para la provincia, luego que desde La Rioja se había invadido estas tierras, produciéndose graves enfrentamientos.

El ciudadano que más años administró San Juan (1836-1855), elegido en cuatro oportunidades por la Junta de Representantes del Pueblo (hoy Legislatura Provincial), llegó a poseer un dominio tal que no solo provenía del poder formal de la gobernación, sino también de su indiscutible condición de caudillo y jefe militar de la provincia. Es que su figura y autoridad eran respetadas por la mayoría de los sanjuaninos, partidarios suyos o no, “y por los demás gobernadores y caudillos de las provincias argentinas”. Además, eran tiempos de las encarnizadas batallas entre unitarios y federales tras haberse logrado la Independencia dos décadas antes.

Aprovechamiento del agua

Casado con Telésfora Borrego, con quien llegó a tener doce hijos, su padrino de boda fue el general Juan Facundo Quiroga, a quien visitaba en La Rioja periódicamente. La realidad de la provincia, sobre todo desde lo económico y productivo, convenció a Benavides de trabajar por una necesidad imperiosa para agricultores y viticultores en general: una red para la distribución del agua en la provincia. Y sobre esto, hay un completo trabajo de investigación del historiador Guillermo Genini, en su obra “El informe de Bernardo Rosendo. Primera autoridad del agua en San Juan. Gobierno de Nazario Benavides, 1853”. De ahí se sabe que, tras superar rebeliones, invasiones y guerras, “hacia 1850 se había llegado a un estado generalizado de paz, tanto en la provincia como en la Confederación, lo que favoreció la sanción de un reglamento para comenzar a ordenar la administración del agua de riego”, un problema fundamental para la provincia. Es que, como hoy, la correcta distribución del agua era fundamental para la supervivencia de la población, por ello se logró en aquellos momentos la primera organización del riego en San Juan, que, con sus naturales variantes, continúa vigente en la actualidad representada por el Departamento de Hidráulica, y fue con la sanción del Reglamento del Ramo de Irrigación, el 16 de enero de 1851. Conocida también como la primera Ley de Riego de San Juan, esta decisión debidamente legislada constituyó el inicio de “una etapa fundamental en la distribución del agua de riego en la provincia de San Juan, caracterizada por la presencia del Estado como ente rector del poder hidráulico en forma institucionalizada”. Y así el propio Benavides inscribió su nombre como ejecutor de las primeras grandes obras de hidráulica hacia fines del siglo XIX.

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En los esteros de Zonda
El citado Reglamento de 1851 “no respondía a ninguna ley o marco regulatorio externo” y ordenaba el uso del agua para riego y otros fines humanos para todo el territorio provincial. Por eso se consideró una auténtica “Ley de Aguas”, y la primera autoridad de riego específica que tuvo San Juan fue don Bernardo Rosendo, designado por Benavides el 31 de enero de 1851. Pero muchos otras eran las necesidades en la provincia que requerían la plena dedicación del gobernador Benavides. Sin embargo, como los veranos sanjuaninos no eran muy distintos a los actuales, había que hacer algo para soportar las altas temperaturas, aún mientras se gobernaba. Y parece que hubo un verano, el de 1846, que sobrepasó los límites de la tolerancia ambiental y el gobernador Benavides decidió abandonar por unos días su hogar de la actuales calle Santa Fe, entre Gral. Acha y Mendoza, que hacía las veces de “Casa de Gobierno”, y se tomó unas breves vacaciones con su familia. ¿Qué lugar eligió?, los esteros de Zonda. Lo revela un trabajo de investigación de la historiadora Lic. Vanesa Téllez sobre la gobernación del general Benavides y donde se precisa que el lugar elegido por el gobernante fue el actual departamento de Zonda con su “sistema de lagunas que formaban unos bañados muy apreciados por su vegetación, sin olvidar, el deleite que significaba a la población poder disfrutar de un chapuzón”. Téllez precisa también que “la marcha hacia el veraneo comenzó desde el centro mismo de la Ciudad, desde su casa, donde su esposa Telésfora y sus hijos cargaron en varios carros tirados por mulas grandes baúles repletos con todo lo que les fuese a ser falta. Y avisados los caseros de Zonda se realizaron allí otros tantos preparativos para recibirlos”.

(*) Otras Fuentes: “Archivo del General José N. Benavidez”, Inst. de Investigaciones de Historia Regional y Argentina Héctor D. Arias”, UNSJ.