Está próximo a cumplirse 20 años de una extraña tragedia que conmovió al país en el mes de diciembre de 2004, en un local no apto para recitales de concurrencia masiva, una convergencia de errores e irresponsabilidades generó de golpe 196 muertes. Un hecho indescriptible desde el costado del dolor. Cromañón, aquella primitiva comarca habitada por antecesores del hombre, pareció implantarse en la conciencia de muchos argentinos, y entonces vimos la peor cara de la inmadurez, la insensatez y la irresponsabilidad. El dolor, ese liminar momento propicio a la recapacitación y la humana comprensión, no sirvió para eso, mostró un mal rostro. Pero algo generó algo muy positivo: salieron a la superficie muchos de los peores defectos que nos asolan.
El tremendo dolor de perder un hijo, hizo perder de vista que el infortunio no tenía sólo dos culpables (Chabán e Ibarra, como desde el comienzo los familiares afectados señalaron), sino muchos más que estaban más cerca de sus afectos (los propios concurrentes al recital, el grupo de rock que eran sus ídolos), por cuya razón se los desligaba -conciente o inconscientemente- de las consecuencias generadas. Una mirada sólo hacia fuera. Así, quedaron en algún rincón de lo irrazonable ciertos datos lógicos elementales: que nada habría ocurrido si los muchachos no lanzaban las violentas bengalas en un lugar cerrado, no obstante que el propio Chabán, organizador, en el mismo recital, les rogaba que no lo fueran a hacer porque el cielo raso era altamente inflamable. Que nada habría ocurrido si el grupo Callejeros no hubiera promocionado previamente la idea de festejar el recital con esas bengalas. 0 que todo esto era (muy probablemente) evitable, si existiera una cultura de la sensatez, según la cual los padres -primer eslabón- prohibieran (o aconsejaran) a sus hijos no concurrir con bengalas a locales altamente peligrosos, en un clima de riesgo evidente, que potencia esa peligrosidad.
Cromañón desnudó viejos vicios argentinos. Tristemente, nos distingue el escaso apego por las normas. Baste recordar de qué modo violamos las más elementales. Es inadmisible que se agitara ante la sociedad la idea del juicio político para el juez que dictó una sentencia que no se comparte. Nada disculpa la presión social y política que hubo sobre la Justicia. Es, por eso, razonable la pretensión de los magistrados sentenciantes por excusarse de seguir entendiendo en la causa. Es humanamente imposible juzgar ante un contexto social de tanta presión. El Dr. Fait, eminente Juez de la Corte, fue muy expresivo: “Una cosa es el dolor y otra juzgar”. Las sociedades civilizadas hace siglos que disponen de vías, instrumentos institucionales para cuestionar los fallos judiciales. En este caso, la Cámara de Casación Penal, y, por último, la Corte Suprema de Justicia, para revisar lo resuelto por la Cámara de Apelaciones. Nada justifica, a esta altura de la civilización, echar mano a mecanismos no institucionales, propios de sociedades prehistóricas, como fue la Cromañón del hombre primitivo.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete