Por feliz iniciativa del papa Francisco, el mundo católico por entero, o sea todas las comunidades y las personas singulares, ha sido convocado a asumir una nueva actitud: la postura “sinodal”. Un acontecimiento único, de enorme dimensión. ¿Pero qué significa esto exactamente? Significa que los católicos estamos llamados a crear las condiciones en las que todos nos comprometemos a “escuchar” a todos -todas las “voces”- y luego asumir aquello que nos lleve a entregar mejor el testimonio de Jesús a los más necesitados, y ser así esperanza para los crucificados de la historia.
Este proceder es absolutamente nuevo en la Iglesia contemporánea. Aunque no en otras épocas, incluso fundacionales.
En primer lugar, en la postura sinodal se parte de la construcción de preguntas y no simplemente de cómo damos respuestas fáciles a los actuales desafíos de la evangelización. No se trata de organizar un mega-congreso mundial, ni construir un parlamento de representantes. No es tampoco un super-concilio ecuménico para la reforma eclesial. Se trata de realizar un ejercicio de discernimiento, de mutuo conocimiento de la forma de evangelizar de hermanos que compartimos la misma fe en Jesús Salvador. Muchas mujeres y hombres viven su fe cristiana de modo auténtico y no pueden ser escuchados en sus legítimas inquietudes, sanas propuestas y pacíficos reclamos. Incluso más, sus misma vidas y costumbres no son conocidas por el resto porque residen en “periferias” geográficas -lugares recónditos del planeta- o existenciales (cárceles, hospitales, centros para Ancianos, personas con adicciones, diversidades, etc,)
Escucha recíproca
El documento del papa Francisco “Querida Amazonia” -por poner un ejemplo- ha visibilizado realidades y retos que la Iglesia Universal no había reparado suficientemente.
En segundo lugar, la postura sinodal nos impulsa a la auténtica actitud de la “escucha recíproca”. Ella busca el camino de la fe y la transparencia del testimonio; busca los nuevos modos y formas del anuncio del Evangelio en la sociedad secularizada. Y la primer escucha es sobre todo a las voces del Espíritu de Dios que nos habita. Es el primer paso. Para ello no se necesitan tantas estructuras y recursos. Sí el deseo.
En la intención del papa Francesco, la sinodalidad eclesial no es un barniz que pinte de dorado la realidad eclesial. Es más bien el adquirir una postura permanente -no clerical y menos aún sindical- de la fraternidad entre aquellos que se aferran al Evangelio.
Sin esta sinodalidad la Iglesia no sólo no es plena; se enferma de autorreferencialidad. Cuando falta es dinamismo, la sombra de las estructuras o aparatos apaga el Espíritu. Y da lugar a la lucha por los espacios de influencia o de poder. Pablo VI en su tiempo ya decía que la Iglesia no busca privilegios; busca servir; no busca zonas de confort; busca los últimos. Ahora quiere, con esta postura sinodal, devolverle a todo el pueblo de Dios el don de la representación, la amplia posibilidad de diálogo y meditada decisión. Nadie sobra. Ni Zaqueo, ni la Samaritana, ni Pedro ni la Cananea ni el Centurión romano, por citar solo algunos nombres y pertenencias.
Ciertamente el cambio que se nos pide no es fácil y no estamos habituados. Quizás tenemos pocos antecedentes y los que hay, brillan lejanos en el tiempo. Los Padres de la Iglesia solían manifestarlo. La sinodalidad implica “pensar” juntos la Iglesia y su misión en el mundo, con pocos recursos pero con mucha creatividad. Del coraje del diálogo en clave de fraternidad, ya no se vuelve.
Por el Pbro. Dr. José Juan García