Cantar es un arte especial. Lo cual no quiere decir que resulte inalcanzable a las mayorías; pueden pueblos enteros cantar y ejemplos de estos hay muchos, comunidades cantoras por naturaleza y tradición; nos referimos al simple arte de expresar canciones con mínimas reglas de corrección, lo que puede hacer cualquiera. Cantar en el nivel profesional es otra cosa. Acá viene a cuento el calificativo de “arte especial”. Se debe poseer condiciones especiales, que generalmente son innatas. Se nace con aptitudes para cantar. La disciplina del conservatorio o el profesor pueden perfeccionar esos verdaderos dones, pero jamás otorgarnos la afinación, conferirnos el don de la expresión, de la energía, de trasmitir la emoción, de dar a esa combinación de sonidos y poesía el sabor apropiado para que llegue al alma del oyente. La condición de cantor como de compositor no se adquieren, se traen desde la cuna, pero pueden perfeccionarse con la técnica. Vale la pena recordar que la inmensa mayoría de los músicos, incluidos los verdaderos genios, son intuitivos.

Por lo tanto, cantar no es sólo tener una buena voz y una correcta o incluso perfecta afinación, es muchísimo más. Hay incontables ejemplos de conocidos cantores populares o clásicos con estos atributos, pero que carecen del don de transmitir lo que expresan.

Transmitir es llegar al público con el mensaje musical, para que el público se emocione, se adentre en los duendes del autor y el compositor y participe de la pasión del intérprete. En el léxico vulgar a esto se llama “gusto”, “sabor” y se trata de un don bastante misterioso emparentado con la emoción. Es tan importante, que alcanza la dimensión de un elemento esencial del canto y explica el por qué del éxito de intérpretes como Goyeneche, cuando cantaba con un hilito de voz y emocionaba a su auditorio, o Atahualpa Yupanqui, o el mismo actual Serrat, o tantos otros.

Uno se encuentra por ahí con algún cantor casero, improvisado, de poquita voz y defectuosa afinación, pero que todo lo que dice llega, toca, conmueve, tiene el don de la expresividad y esto no es poco.

Si a la par de las dotes interpretativas o comunicativas, se tiene una buena voz, mejor aún. Uno de los mejores ejemplos de esta conjunción es Gardel y junto a este paradigma cientos más.

Todo esto en el plano del canto grabado, porque cuando se trata del artista “en vivo”, otros atributos son imprescindibles para llegar a la gente: presencia, carisma (personalidad en suma), energía, credibilidad, las que bien utilizadas, con nobleza, muchas veces suelen disimular defectos de voz y afinación, logrando en el artista un producto integral, equilibrado y noble. Cantar no es poca cosa. Llegar al público y hacerlo con la dimensión del éxito, es aún mucho mejor.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, intérprete