Atahualpa Yupanqui tiene para muchos una imagen de músico del Norte y no es así. Si bien ha compuesto vidalas y chacareras, las que pertenecen a esa región y le ha cantado a Tucumán, también ha aportado milongas sureñas que ya son clásicas y canciones que no tienen un lugar exclusivo en el panorama musical del país y pueden considerarse por eso, temas nacionales; y sus trascendentes zambas: “Luna Tucumana”, “La pobrecita”, “La añera”, “Tierra querida” y tantas otras de similar valía y profundidad.

Es en ellas donde creo hay que encontrar su acuerdo con la música de Cuyo. “Don Ata” tuvo muchas coincidencias con esta música, a partir de Montbrum Ocampo y Buenaventura Luna. Con el primero compuso la hermosa zamba “La Majadita”, en la cual es imposible no advertir un perfil cuyano, no sólo por su temática, sino por su construcción musical y su armonía. Con Luna compuso, entre otras, “Este camino que va”, una canción en la que coincidieron en mucho de lo que los dos utilizan en sus canciones: lo telúrico, lo romántico y la profundidad de las reflexiones.

Atahualpa y la Tropilla de Huachi Pampa

Atahualpa dio sus primeros pasos junto a la Tropilla de Huachi Pampa; y quien de algún modo se vinculó a este singular grupo musical jamás pudo evadirse de su sello. Así, hasta nuestros días, Carlos Vega Pereda, defiende con una pasión que muchos cuyanos no tienen por la música de esta región, constituyéndose en uno de sus bastiones, además de ser uno de los mejores intérpretes folklóricos de todos los tiempos.

Oscar Valles se arrimó prácticamente de adolescente a ese grupo y por eso fue, como conductor de Los Cantores de Quilla Huasi, un difusor privilegiado de esta música, a partir de un conjunto que hizo época cantando de modo excelente a Buenaventura Luna, sobre todo cuando estuvo con ellos Vega Pereda.

Atahualpa tiene -quizá por eso- muy pocas coincidencias reales con la música del Norte, recostándose más bien en el sur y en Cuyo, al contrario de una creencia generalizada.

Es un creador original, exclusivo, pero una mirada más profunda en su obra no podrá eludir las concomitancias con la música cuyana.

Como decía, creo que son sus zambas las expresiones donde este fenómenos mejor se aprecia. Cualquier zamba cuyana exhibe similitudes con las de aquel: “La Zamba Triste” de Buenaventura Luna, “La Reservada” de Remberto Narváez, “Ríos de mi San Juan” de Montbrum Ocampo, “Lunita” de Saúl Quiroga, y gran parte de la obra no festiva de Félix Dardo Palorma y algunas canciones de Hilario Cuadros. En todas ellas se puede verificar enormes coincidencias armónicas, temáticas y paisajísticas, así como el uso de pensamientos que caracterizan la obra de “Don Ata”.

Por lo pronto, no olvidemos que uno de los más grandes de todos los tiempos, Don Atahualpa Yupanqui estuvo muy cerca nuestro, es un clásico y con él su obra perdura, lo que no es poco.

> Revalorizar la música

Estas reflexiones pueden o no compartirse, pero creo que sirven para repensar y revalorizar nuestra música como fenómeno cultural. El paisaje actual del folklore muestra un predominio de la chacarera y el chamamé. Una mirada desprevenida puede afirmar que subsiste entonces, desde la primera, el influjo de una corriente que sobre todo cimentaron Los Fronterizos y Los Cantores del Alba, entre otros, desde una Salta que dio cientos de cantores exitosos, pero no es así. Aquella incomparable música norteña de “los sesenta”, sustentada en la autoridad de autores como Jaime Dávalos, Eduardo Falú, El Cuchi Legizamón, Manuel J. Castilla, César Perdiguero o Ariel Petrochelli, nada tiene que ver con la “norteña” de hoy, basada en la preeminencia de la chacarera y otros ritmos más cercanos a Bolivia. Pero éste es un tema de otra nota.

Por Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete