Creo que era los lunes. Ya en los sueños del domingo comenzaba a armarse la llegaba de la festejada revista de Disney. Preciado tesoro de la infancia y la adolescencia, que también leían los mayores.
Lo bueno no discrimina edades. Al despertar, el querido canillita ya había dejado la revista por debajo de la puerta, y la devorábamos como un postre en medio del desierto. Su portada, ese caleidoscopio repleto de colores, traía la alegría en andas, conducía el lunes por escondrijos de luciérnagas y pasadizos de lluvia.
Por sus páginas nos deleitábamos con las aventuras del famoso pato, para mí el personaje más simpático y querido de todos los que desfilaban por la revista; sus frustrados amores con Margarita, sus competencias con el exitoso primo Gastón, la irrupción de un pariente especial, el Tío Patilludo y siempre algún papelón, algún traspiés de este héroe simplón e ingenuo con alma de auténtica caricatura, que lo hacía más adorable.
Por el territorio de la revista caminaron sus correrías innumerables seres de la imaginería del maestro Disney. Algunos se me quedaron más que otros en las vidrieras del recuerdo. Me llamaba la atención la curiosa “moral” de los hermanos Ganzúa, tres malhechores que jamás tenían éxito, felizmente, y que -por esas raras cosas de la aventura- uno quería que lograran alguna vez algo, como ocurría con las desventuras del Lobo Feroz, empecinado en comerse a los tres Chanchitos, cuyos intentos siempre culminaban en rotundo fracaso; y, para colmo, tan golpeado que muchas veces nos inspiraba lástima y nos sembraba esa disyuntiva insuperable: si fracasaba nos dolía, pero si tenía éxito debía terminar comiéndose algún chanchito.
El noble canillita llegaba todos los días a inaugurarnos el anuncio y la dicha de un día más, y hoy no lo trae, no visita nuestras mañanas.
No sé bien por qué abandonamos al “Pato Donald” en algún descuido de la niñez, esa aventura de la vida que generalmente es dulce, pero que otras veces puede ser cruel.
En estos días afiebrados, los Hermanos Ganzúa amenazan con llegar por fuera de la revista, enmascarados en ese azote que parece indoblegable. de los actuales motochorros, que desafía a los gobiernos inoperantes y verborrágicos con instalarse para siempre en una comarca donde vale todo , menos la vida y nuestra propiedad..
A la par, los bellos libretos de Donald o Mickey se enredan en desgraciados intentos del mal gustos por sepultar la inocencia. Nada es igual. El tiempo es un arma de doble filo; pero no es necesario que, para sobrevivir en el presente, el pasado virtuoso se degrade, que lo bello muera en los abismos del mal progreso, en la fiebre del existir y el fácil argumento de poca monta. ¿Todo tiempo pasado fue mejor?