El 4 de diciembre de 1963 finalizó la segunda sesión del Concilio Vaticano II, presidido por Pablo VI, donde, además de los esquemas sobre la Virgen María, se incluyeron los relativos al ministerio de los obispos, al ecumenismo y a la libertad religiosa, a la constitución litúrgica y los medios de comunicación social y el de la Iglesia, donde la colegialidad y el diaconado permanente siguieron siendo controvertidos.
Un poco antes, el 6 de agosto de 1964, el Papa Montini, presentó su primera encíclica, titulada Ecclesiam Suam, que se convertiría en una brújula para el Concilio. El tema de la Iglesia ya había sido sugerido por el propio Montini en la carta enviada al Secretario de Estado, cardenal Cicognani en octubre de 1962, para que pudiera incluirse entre los temas del Concilio junto con el de la unidad de los cristianos. La intención de Pablo VI no era eludir la discusión de los Padres Conciliares, sino ofrecer a toda la comunidad católica, a los teólogos y a los pastores una nueva mentalidad para la Iglesia, para que Ella en el mundo “sea al mismo tiempo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación” (ES n.1 ).
El Papa Montini pretende continuar con la “actualización” de Juan XXIII, anunciada en el discurso de apertura de la primera sesión conciliar, donde subrayó que “en el tiempo actual la Iglesia prefiere utilizar la medicina de la misericordia en lugar de asumir la armas de rigor”. Precisamente en la continuidad de la “actualización” esperada por su predecesor, Pablo VI pide a la Iglesia un triple compromiso:
1- “Profundizar en la conciencia [que la Iglesia debe tener] de sí misma… de su propia naturaleza, de su propia misión, de su propio destino final,… para que a través de la Iglesia se manifieste el misterio escondido durante siglos en Dios (Ef 3,9-10)” ( ES n° 10).
2- Realizar “una necesidad generosa y casi impaciente de renovación… es decir, el deber actual de la Iglesia de corregir los defectos de sus miembros y hacerlos aspirar a una mayor perfección” (ES n.12).
3- Elegir el significado de “diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno… Una parte de este mundo… ha sido profundamente influenciada por el cristianismo y lo ha absorbido más íntimamente de lo que a menudo se imagina que está en deuda con sus mejores cosas al cristianismo mismo, pero luego comenzó a distinguirse y separarse, en los últimos siglos, del linaje cristiano de su civilización” (ES nn 14-15).
He aquí la “actualización” que hay que realizar en cada situación: escucha, diálogo, permanecer con caridad en la verdad. Éste es el diálogo esperado por Pablo VI y entregado al Concilio y a la Iglesia para que forme parte del arte del apostolado, que ciertamente implica riesgos.
“La Iglesia tiene un mensaje para cada categoría de hombres: lo tiene para los niños, lo tiene para los niños, lo tiene para la juventud, lo tiene para los hombres de ciencia y de pensamiento, lo tiene para el mundo del trabajo y para las clases sociales, lo tiene para los artistas, lo tiene para los políticos y los gobiernos. Especialmente por los pobres, por los desposeídos, por los que sufren, incluso por los moribundos. Para todos” (ES n. 98-99).
Pablo VI fue un Profeta, un Pastor “con olor a oveja”. Mantuvo con cabeza alta el proceso de renovación auténtica que inició el Concilio Vaticano II. Para él, memoria agradecida.
Por el Pbro. Dr. José Juan García