A juzgar por el pasado reciente, las dos nuevas estrellas del firmamento político, el diálogo y la reforma política, se mueven a fuerza de conveniencias personales ¿Cómo hacer, entonces, para convencer que esta vez va en serio?

La felicidad por encontrar la llegada de dos lógicos habitantes de los buenos modales democráticos no ha sido completa: si algo define de modo quirúrgico tanto a la convocatoria como a las respuestas en el arco político, eso ha sido el oportunismo.

Del lado del oficialismo, resulta que una vez caído en desgracia ante la estrechez de legisladores en el Congreso apela a la fórmula de diálogo absolutamente infrecuente en su historial, que supone reemplazar las funciones legislativas por una mesa en la que seguirá siendo local. Del lado de la oposición, porque advertidos del tropiezo oficial y de su condición averiada, le busca el hígado para ponerlo de rodillas y fijarle la agenda.

Quemada con leche, la sociedad ve una vaca y llora. Jamás en este ya prudente tiempo democrático -más de 25 años-, pudo asistir a un diálogo político constructivo y todo lo que vio debió filtrarlo por el mismo tamiz que el de ahora: las conveniencias. El ejemplo más reciente de una foto en la que dirigentes opositores se encontraron no para ladrarse sino para sonreirse fue el Pacto de Olivos.

¿Estará inscripto entonces en la genética nacional esa incapacidad de enfrentar un diálogo constructivo entre interlocutores de visiones distintas? La negociación de intermedios no parece ser una fortaleza albiceleste, ni de gobiernos ni de ciudadanos. O todo o nada, y así nos fue.

Con la novedad en la mesa de este nuevo llamado a la concordia, es necesario razonarlo en su contexto para no sobredimensionar las expectativas.

– Lo primero, que es resultado de una debilidad y no de una fortaleza. Y hasta parece sobreactuado el llamado por un gobierno que de un día para otro ha decidido cambiar de manera categórica el chip. Desde el muy reciente cerrojo al tratamiento de los temas gravitantes, ahora todo está sujeto a negociación. Ni el INDEC o las retenciones, por citar sólo dos de los temas más espinosos, quedaron fuera de este nuevo microclima cuando muy poco tiempo atrás en los despachos oficiales negaron siquiera la posibilidad de nombrarlos.

– Lo segundo, que habrá que poner en dimensión correcta las expectativas. Unos y otros deben entender que el debate y el diálogo no es sinónimo de la imposición de ideas. Es decir que, aunque sea convocada la oposición a hablar sobre medidas económicas, el hecho de que no se concreten no implica que el diálogo haya sido infructuoso. Muy acostumbrado está el país a ir detrás de hacer lo que digo yo. Y ese "yoísmo", duro de desterrar, es siempre un mal concejero.

– Lo tercero, que en el otro extremo también habrá que resistir la tentación del gatopardismo. Expresión que alude al clásico Il Gatopardo y caracterizado por cambiar para que nada cambie. Trasladado a este escenario, mostrarse muy renovado de caracter y de temperamento pero sin aplicar el bisturí para hacer modificaciones de fondo, más allá de la nueva etapa fundada bajo una aureola de generosidad.

Del lado de la reforma política, la cruda adaptación a la conveniencia y justamente el gatopardismo es lo que ha caracterizado los maquillajes del sistema, y sus intentos siempre frustrados de modernizarlo.

Siempre bajo la misma lógica: llegar arriba en el uso de las maquinarias electorales adaptadas a estas miserias -punteros rentados, estructuras de financiamiento dudoso o prebendas varias- para luego otear el horizonte y encontrar la ley que más favorezca a los intereses propios de mantenerse.

Sobran ejemplos. Santa Fe, la única iluminada por el sistema de internas abiertas obligatorio que ahora tanto enamora, llegó a este sistema más como vía de escape que por convicción. Es que venía siendo acogotada por la vigencia de ley de lemas, un sistema tan caprichoso que bajo pretexto de resolver también las internas de un sólo plumazo conseguía endosar votos de un modo salvaje. Y permitió varias veces que sus gobernadores no fueran los más votados, como el caso de Reutemann.

San Juan, sin ir más lejos. Rigió caprichosamente la ley de lemas de acuerdo a las conveniencias del momento, hasta que Alfredo Avelín Nolléns la desnaturalizó imponiéndose a tres sublemas juntos del oficialismo (Basualdo, Nélida Martín y Coll) en la Capital. Adiós a los lemas.

Ahora resulta que descubrimos que, entre cientos de sistemas electorales de avanzada, hay uno que le permite al ciudadano una doble opción. No sólo elegir a sus gobernantes sino también participar de la selección de los candidatos a hacerlo. Se le llama en EEUU primarias porque obliga a partidos a abrir sus puertas para que la gente decida los candidatos: cada partido tiene la obligación de participar, y nadie puede ser candidato sin participar en primarias. Y la gente puede votar en una sola de esas internas, que se hacen todas juntas el mismo día.

El descubrimiento fue aún más atroz porque el mismo día que en Argentina participaba de una votación cavernícola como la del 28 de junio, Uruguay daba el gran ejemplo regional de elegir los presidenciales de sus tres partidos más importantes -Frente Amplio, Blanco y Colorado- en una primaria ejemplar y adulta.

Entonces, el hallazgo. Pero resulta que en Argentina ese mismo sistema rigió legalmente, nunca fue empleado y fue anulado sin pena ni gloria hace muy pocos años. Los encargados de aprobarlo y derogarlo son los mismos que hoy hablan maravillas de él, una nueva píldora para demostrar que la principal tracción de la política argentina es la conveniencia.

En 2002, año del país en llamas, la reforma política vociferada traía la novedad de las internas abiertas. Se aprobó urgente, pero en las elecciones inmediatas en 2003 fue "suspendida" por el presidente Duhalde. Es que había tres fórmulas del PJ (Kirchner, Rodríguez Saá y Menem) y otras tres radicales (Carrió, López Murphy y Moreau).

Tres años después, el bochorno fue retirado de circulación: se derogó la ley "por no haberla usado nunca". El diario de sesiones de aquel día en Diputados indica que De Narváez votó por la derogación y los entonces diputados Macri y Carrió no fueron. En el Senado, aprobaron derogarla Reutemann y Gerardo Morales. Chiche Duhalde, Terragno, Menem y Rodríguez Saá no fueron. De los dirigentes de peso en la actualidad, sólo se opuso a la derogación el gobernador santafecino Hermes Binner.

Ahora, el abanico político completo ha virado 180 grados frente a la mirada ciudadana absorta. Aquello que había sido una emergencia donde "a los partidos se los hacía responsables de la crisis" -como dijo Pichetto aquel día-, pasa a ser ahora la tabla de salvación nacional.

Se debatirá seguramente junto a otros aspectos turbios nunca blanqueados: la financiación de las campañas -auténtico talón de Aquiles en todo el mundo-, el voto electrónico o la boleta única.

Habrá sido útil al menos si sólo sirve para evitar que se funde todos los días un partido nuevo.