Se viven las expectativas del clima que generó la propuesta política del diálogo que partió el 9 de este mes de la presidenta de la nación Cristina Fernández. Pero en la organización de los encuentros -algunos demorados otros con asistencia no muy gustosa- apareció una duda capital: ¿diálogo o ganar tiempo en medio de circunstancias que no favorecen el poder?.
Analistas políticos interpretaron que la convocatoria al diálogo fue un recurso táctico para reagrupar fuerzas. Necesitaron tanto de la renovación del apoyo de la CGT como de la simpatía del deporte y por ello los plasmas regalados. (¿Quién paga esos plasmas?, es la pregunta real).
De manera que el gran interrogante es, ¿convocatoria al diálogo o el arte de dirigir un operativo dilatorio y fértil a la vez?.
No deben quedar dudas respecto del significado real de un diálogo, sobre todo porque estamos hablando de un diálogo que si fuera sincero y real podría abrir nuevas perspectivas históricas.
Algunos diálogos políticos han comenzado, los políticos van al gobierno en defensa de la gobernabilidad y tal vez -pensando en la picardía clásica del sector- en busca de un poco de poder.
En tanto, el Gobierno aseguró que la próxima semana empezará a reunirse con los sectores de la economía en el marco del "diálogo amplio" al que convocó la presidenta Cristina Fernández, tras el fuerte revés electoral del 28 de junio.
Los silenciosos ciudadanos tienen sus aspiraciones. No hay argentino que no sienta la necesidad de vivir más armónicamente y que no acuse el cansancio de las voces políticas del poder que se contradicen frecuentemente. Esas contradicciones abruman y restan credibilidad al sano ejercicio de la política.
En algunos sectores hay una sorpresa que no se sabe si es aparente o real. ¿Hasta qué punto el matrimonio Kirchner se hizo eco del resultado electoral del 28 de junio pasado?.
Se intuye fácilmente que tanto la política asumida hegemónicamente como el referido resultado electoral han producido en el ánimo de quienes mandan, ideas y o sentimientos que difieren de la realidad del país. Eso está hoy a la vista.
¿En este momento, habrá una distinta apreciación conceptual o una intención oculta cuyas derivaciones desconocemos? Muy difícil saberlo.
Por empezar tanto académicamente como en la vida real el diálogo es una conversación entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos. Es una forma inteligente de llegar a acuerdos o de sostener posiciones permanentes. Puede ser, también, una discusión o trato en busca de avenencia. Pero siempre la sinceridad define esos momentos.
Antonio Machado decía: "para dialogar, preguntad primero; después…escuchad".
En tanto que un monólogo -que fácilmente puede incluir el dramatismo- es cuando habla un solo personaje. Estas persona tienen tendencia al soliloquio, es decir a una reflexión en voz alta y a solas, hecho que si se lleva a cabo desde una tribuna política confunde y desconciertan a quienes escuchan.
El soliloquio público se da en las personas locuaces. Y "locuaz" utilizado como adjetivo se aplica a una persona que habla mucho o demasiado. En cualquiera de las circunstancias posibles hay poco respeto por la realidad, por los ciudadanos y por la palabra.
El asunto principal es que la palabra a través del diálogo esté destinada a llevar tranquilidad a la gente con posiciones sinceras. No vale la pena prometer lo que se no se puede o no se quiere hacer. Si el político o gobernante se encuentra ante un tema de preocupación enorme para la gente no debe inventar nada que no sea una solución en etapas.
La sinceridad tiene más recursos que las estrategias políticas. Esta es una lección que cuesta asimilar y que no se puede entender en medio de las especulaciones constantes.
Si uno habla con la gente de la calle lo comprueba a diario, pero quienes lo provocan no tienen en cuenta que deterioran la democracia y le cierran las puertas de la credibilidad a mucha gente que necesita pensar, creer y generar esperanzas para poder enfrentar las vicisitudes de la vida diaria.
