Tras la última Cumbre Iberoamericana, concelebrada en una relación renovada con el bicentenario de la Constitución de Cádiz, lo que se pone de manifiesto es un espacio común iberoamericano, al que nos une, aparte de lenguas y costumbres comunes, fuertes vínculos de hermanamiento para trabajar unidos. Naturalmente, pensamos que esta reunión es el inicio de una nueva etapa de colaboración más directa y verdadera.

Actualmente América Latina, al contrario que Europa, se muestra como un destino productivo con repercusiones globales. Por ello, creo que Iberoamérica merece un lugar y una consideración en el horizonte mundial. Todo va a depender de sus miembros, de estos países unidos en la cooperación y en la unidad de acción. Con este primer paso, en el que los jefes de Estado y de Gobierno, evocando el referente de la Constitución de Cádiz, hayan dialogado sobre los problemas actuales, en un ambiente de fraternización, refleja que se va por buen camino para acometer las reformas necesarias para un modelo económico y social más integrado y justo. Se trata de hacer justicia social en un mundo en el que proliferan tantos paraísos fiscales, tantos desórdenes e inseguridades, tantos comercios y mercaderías empezando por la propia vida humana. Sin duda, hace falta fortalecer más las democracias, sus instituciones, el Estado social y de derecho, para encontrar un camino de esperanza en un mundo desconsolado.

Para ello, América Latina, tiene que actuar de manera contundente para derrotar los calvarios que viven muchas personas, sumidas en la pobreza, y lo que es peor, sin oportunidad de poder salir de la miseria. También América latina es víctima del narcotráfico y del crimen organizado, cuestiones que requieren actuaciones conjuntas entre la comunidad internacional. Todos estos desajustes han de propiciar cambios estructurales en políticas que conllevan desigualdad. La biodiversidad de la comunidad iberoamericana hace necesario formular estrategias que se complementen y en los que impere el componente ético. En todo caso, el primer valor ético de la democracia, ha de ser el reconocimiento a todo ciudadano de la plena dignidad de la persona. Por consiguiente, una vida digna y una sana formación ética y moral, son condiciones imprescindibles para que entre todos podamos convivir, de manera responsable hacia el bien común.

Mucho se habló en esta cumbre iberoamericana de temas económicos, de derechos humanos, de los derechos de las minorías, de la lucha contra la pobreza y la intolerancia. Indudablemente, América latina, debe caminar hacia un desarrollo más igualitario de sus pueblos, hacia una opción más que productiva, realizadora del ser humano, lo cual ayudará a crear un necesario vínculo de solidaridad entre naciones. Después de doscientos años de la aprobación de la Constitución gaditana, que sin duda marca uno de los hitos históricos fundamentales del acervo constitucional iberoamericano, es preciso afianzar este bienestar general y socializarlo de manera incluyente.

Sería bueno para el mundo que esta Cumbre Iberoamericana traspasase las buenas intenciones, con actitudes rompedoras reales, haciendo del desarrollo de los pueblos un servicio efectivo al ciudadano.

Si algo nos ha ayudado a dilucidar los signos de los nuevos tiempos, es que ningún país puede prosperar por sí mismo, todos somos interdependientes de todos, y, en consecuencia, debemos elogiar a los intervinientes en su afán de conversar con buenos propósitos. Por eso, hay que afianzar una gobernanza mundial que hoy por hoy es ineficaz con los más débiles, para que cada pueblo unido a otros pueblos, asuma sus propias responsabilidades en la resolución de los problemas globales. Todos tenemos un futuro que llevar a buen término y entre todos hemos de trazarlos con la mayor justicia social. Los debates de las Cortes de Cádiz son un buen precedente para demostrar compromiso y actividad. En cualquier caso, como dijo el secretario General Iberoamericano (Enrique V. Iglesias), "en el mundo actual hay, no sólo una ansiedad de estabilidad y progreso social, sino también una creciente sed de valores éticos con los que avanzar en el futuro de la humanidad", y evidentemente, sin esa estética de la ética, va a ser imposible alentar a una humanidad en la que buena parte se hunde en la desesperanza.

(*) Escritor.