Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Gaudium Et Spes Nº 1. Constitución Pastoral sobre la Iglesia y el Mundo Actual del Concilio Vaticano II.
El jueves próximo pasado, 11 de octubre, en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II la Iglesia abrió el Año de la Fe. ¿De qué sirve la fe si no responde a los interrogantes de la persona que vive, se alegra, espera, sufre, aspira y busca la verdad? La Iglesia como instrumento de Cristo lleva a Dios a los hombres y le da sentido al sufrimiento de quienes están agobiados por el dolor. La Iglesia también es el amor de Dios que transmite esperanza a los que ya no quieren vivir. Es vida en medio de la cultura de la muerte. A su vez se alegra con los que se alegran dentro de esta felicidad relativa que vivimos día a día. La verdad abstracta es buena pero no alcanza. La verdad se subordina al principio del amor. La verdad sin amor puede producir los daños y las divisiones más atroces. Así mismo la caridad sin verdad se transforma en un sentimentalismo, en un envoltorio vacío, en un vínculo de micro relaciones sin proyección universal. Es necesario transmitir la verdad de una persona que se identifica con toda la humanidad. La verdad de Cristo. El que enseña debe saber, pero no basta saber para enseñar. Los jóvenes necesitan la explicación y la experiencia de la caridad. En todos los tiempos han surgido desde la Iglesia personas que de algún modo se han puesto en contacto con lo sagrado e inspiran a los que los rodean. Son las personas que vivieron y viven la santidad. Hoy en día hay muchos elementos que impactan en la imaginación de los jóvenes. Algunos son muy útiles, otros son intrascendentes y los hay perjudiciales. Es necesario usar la tecnología para transmitir la palabra y el testimonio de Cristo por todos los medios necesarios para que la vida de Dios impacte en la mente de los niños y jóvenes de nuestro tiempo. Así como en el fútbol importa jugar bien y hacer goles, en la evangelización es necesario transmitir y transformar los corazones.
Recordemos un ejemplo. Juan Pablo II se cansó de transformar corazones. Realmente es un modelo a imitar. Una fuente de inspiración. El papa eslavo se había formado en una generación marcada por la muerte y el dolor. No tenían tiempo para las grandes abstracciones. La existencia aciaga de las personas exigía respuestas ante un Dios aparentemente ausente. Hacía falta un Dios que se identificara con un pueblo oprimido. Un pueblo que estaba perdiendo hasta su lenguaje. Era necesario recuperar la libertad a costa de la vida misma si era necesario. Resistiendo, no atacando. Con amor y no con venganza ni rencor. Es distinto hacer teoría sobre el dolor que vivirlo en carne propia como ocurrió con el pueblo polaco. La Iglesia se manifestó como verdadero cuerpo místico de Cristo. Perseguida, pobre, cercana a sus hijos. Les transmitía amor en medio de la locura de quienes manifestaban el mal con toda su fuerza radical, exterminando personas, atormentando niños y seres indefensos. Karol Wojtyla se interesó por el existencialismo en una época donde, a las víctimas del holocausto y luego del comunismo, les resultaba fácil identificarse con Cristo.
¿Cuáles son hoy los campos de exterminio? Las familias que viven la violencia, la precariedad de los vínculos y la legislación al servicio de puntuales intereses privados que amenazan con agravar esta situación. Para muestra, nos basta el proyecto de reforma del código civil en materia de manipulación de embriones, identidad de las personas, subrogación materna, infidelidad, etc. También la calle es un campo de concentración que nos pone la droga al alcance de la mano. ¿Qué es más peligroso, Auschwitz o la pasta base?
Nuevamente las abstracciones se quedan cortas. Hace falta un ejército de personas con vocación de santidad que defiendan a nuestros jóvenes con amor y respeto por la verdad frente a las estructuras sociales de pecado. Verdad y amor son indispensables. El Concilio Vaticano II nos propuso una Iglesia más cercana al hombre. Esto no significa ceder a las verdades fundamentales, sino ponerse en el lugar de las personas que necesitan ser reconocidas como tales, para transmitirles esas verdades que no cambian, ni pueden ser modificadas por los legisladores.
(*) Profesor de Doctrina Social de la Iglesia.
