"En su actitud ante la realidad resuena siempre el Escucha”, Israel del Deuteronomio. Edith Stein nació el 12 de octubre de 1891 en el seno de una familia judía de Breslau, aún durante su temprano período de falta de fe la vemos en estado de atención, de escucha científica, de búsqueda de la verdad.
En un tiempo en que se suponía que una mujer, judía por añadidura, no saliera de los límites de su casa, ella estudió dos disciplinas universitarias. Sabiendo que la verdad es inagotable, en 1913 se hizo discípula y luego asistente del creador del método fenomenológico, Edmund Husserl. En esa escuela comparte con Max Scheler sus intuiciones sobre la afectividad y con Martín Heidegger la vivencia de un tiempo de crisis. Fue condiscípula del filósofo protestante Adolf Reinach, cuando éste muere durante la primera guerra mundial Edith Stein va a su casa a ayudar a poner en orden sus papeles. El testimonio de dolor esperanzado de la esposa de Reinach parece un punto clave de su reencuentro con la fe.
La pasión por la verdad es la actitud que va guiando su vida y, por supuesto, su conversión. Su búsqueda de la verdad hereda de la filosofía la confianza en hallarla, por eso tiene una frescura especial. Edith Stein dice lo que ve, no se limita a repetir a sus maestros ni tiene inconvenientes en discrepar con ellos, por ejemplo, acerca del ser de la mujer. ¿Cómo es el horizonte de su pensamiento? Sin duda refleja el tiempo que vive: el de la preguerra y el de la guerra, el de una mujer que sufre, ella y su pueblo, el de una persona a la vez fuerte y consciente de su fragilidad. Esta búsqueda terminó en una Ciencia de la Cruz hecha vida en Auschwitz, donde muere el 09 de agosto de 1942.
Nos detendremos en un punto clave de la vida de Edith: su conversión al Cristianismo y su canonización autorizada por el Papa Juan Pablo II en 1998. En 1917 su amado profesor Reinach, convertido con su mujer al protestantismo, ha muerto en los campos de batalla. Al ir a visitar a la viuda para darle el pésame, cree que se encontrará con una mujer deshecha por el dolor, en cambio la encuentra serena, llena de esperanza. Ese fue su primer encuentro con la Cruz, su primera experiencia de la fuerza divina que emana de la Cruz y se comunican a quienes la abrazan. Por vez primera le fue dado contemplar en toda su luminosidad a la Iglesia que nace de la pasión de Cristo, en su victoria sobre el aguijón de la muerte. Fue en aquel momento en que se desplomó su incredulidad, palideció el hebraísmo y Cristo se alzó radiante delante de ella.
En este reconocimiento que la Iglesia ha hecho a Edith, es válido destacar dos puntos: El primero es que al canonizar a una "judía de fe católica”, como la llama el Papa Juan Pablo II, se reactualiza el concepto de "judeocristiano”.
Segundo punto: Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, el campo donde murió Edith Stein, escribe que si por casualidad encontramos a alguien que lleva grabado a fuego en su brazo un número entre 30.000 y 80.000 deberemos tratarlo con muchísimo respeto, porque de ellos casi ninguno sobrevivió. Edith llevaba el número 44.074.