El evangelio de este domingo es continuación de los que hemos comentado los domingos anteriores. Estamos en Cafarnaún, donde Jesús va y viene de aquí para allá. Nos podemos introducir en el domicilio en que Maestro y discípulos vivían durante su estancia allí. Pero lógicamente, no estaban clandestinamente, sino que se vino a saber, creciendo la curiosidad y el sincero interés por escuchar a Jesús. Tanto así que al enterarse los lugareños se agolparon llenando la casa y ni siquiera había sitio en la puerta. Todos apiñados para poder oír su palabra embelesados como estaban de cuanto Él decía con autoridad y sabiduría. Así estaba la escena cuando es interrumpida por cuatro que llegan con un paralítico (en griego: "pàresis") en la camilla. Tanta gente había que era imposible llegar hasta el Maestro y no se les ocurrió otra cosa más práctica y audaz que la de levantar algunas tejas y descolgar al enfermo desde el techo. Nos podemos imaginar cómo seguirían todos, la audacia tan llena de fe de estos hombres. Hasta el mismo Jesús quedó impresionado y le curará en el acto: tus pecados son perdonados.
Es verdad que también había gente que estaba allí sin embeleso ante las palabras de Jesús, sino más bien con curiosidad capciosa, con desagrado incómodo por lo que estaba sucediendo en Cafarnaúm al paso del Maestro. Y al escuchar a Jesús curar al paralítico perdonándole los pecados, empezaron a maquinar todas sus dudas de escribas para desautorizar como blasfemia lo que a los demás les llenaba de asombro y gratitud. Pero no es lo más importante en esta conmovedora escena, la actitud cicatera de estos escribas. Hay cuatro hombres que llevaban la camilla, que se las ingeniaron para hacer que se encontrasen el Señor y el enfermo. Por un misterioso designio, sin la intervención de estos cuatro hombres, Jesús no habría curado a un paralítico que no habría podido o sabido ir hasta el Señor. Envidio a este paralítico, porque tiene amigos fuertes, tenaces y creativos. Son su magnífico ascensor que le permite estar cerca de Jesús, al punto que éste queda admirado: "Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: Hijo tus pecados te son perdonados". Se admira de la fe de ellos, no del paralítico. Jesús ve y se admira de una fe que se hace "cargo" con inteligencia creativa del dolor y de la esperanza de otros. Los cuatro camilleros nos enseñan a llevar el peso de la humanidad sufriente en el corazón y en las manos.
Una fe que no carga sobre ella los problemas y el dolor de los demás, no es verdadera fe. Éste es el reto de la nueva evangelización. Hemos de ser camilleros de esperanza que acompañan a los hermanos ante quien nosotros ya hemos ido. Podemos imaginar también, la desilusión del paralítico: esperaba la curación de su enfermedad, de la traición a su cuerpo, y escucha decir: "Tus pecados te son perdonados". El pecado es una parálisis en las relaciones, una contracción y un endurecimiento del corazón que margina el vivir en plenitud. Primero le cura el corazón y luego las piernas. Sin la salud interior no podrá llegar a caminar en la dirección recta. Ante todo el alma, y luego el cuerpo. De este modo, el hombre que es cuerpo y alma, queda recreado totalmente. Pero Dios salva sin poner condiciones: sólo lo hace por la pura alegría de ver un hijo caminar en libertad. Es que la gracia es gratuidad, no mérito ni cálculo. Estos días atrás hemos tenido noticias del fallecimiento de una cantante famosa: Whitney Houston. La belleza de su voz tan llena de fuerza y de talento, bien encajada en su hermosura encantada, hubiera asegurado una vida no sólo premiada, sino serena y gozosa, con todo cuanto se podría en principio tener para vivir dichosamente la existencia. Vienen a la memoria otros casos de personajes que por mil razones han malogrado su vida, como fruto de no saber descubrir cómo ver las cosas y vivirlas de un modo agradecido, gratuito; de no haber encontrado lo que no cabe en una cuenta bancaria, en un éxito de popularidad, en unos dones naturales de excepción. Las fotografías que han circulado en estos días sobre Whitney Houston contrastan entre la sonrisa glamorosa de alguien aparentemente feliz y afortunada, con las consecuencias del alcohol y las drogas que la paralizaron fatalmente. La cantante Houston se preguntaba en una canción: ¿cómo podría conocer? ("¿How will I know?"), y esto es lo que a tientas ha ido buscando de caída tras caída. Pero hay alguien más grande que nuestras torpezas o extravíos que nos conoce y que sale a nuestro encuentro para que abandonemos la "camilla" de la postración y vivamos la libertad plena. Es el amor más grande de todos ("Greatest love of all"), como ella también cantó. Ella corrió hacia Él a pesar de sus notas fallidas. Su concierto eterno habrá comenzado.
