En la Argentina hay una crisis no admitida, pero los ciudadanos la palpan a diario. Sin embargo no es asumida en la función pública porque el Estado y en particular distintos gobiernos, siguen gastando, regalando y prometiendo lo que no hay, con claros objetivos políticos. Tal vez se pueda dilatar el momento en que una crisis haga eclosión pero es imposible evitarlo porque será la ruptura del funcionamiento de un sistema, un cambio cualitativo en sentido positivo o negativo.
Un ejemplo lo dio David Cameron, que a los 43 años se convirtió en el primer ministro británico más joven desde 1812. Conocida la realidad económica de Gran Bretaña sus primeras medidas apuntaron a bajar el gasto público y no se salvó ni la realeza. Es así que la familia real demostró que en 2009 redujo sus gastos un 7% en relación al año anterior: ahorró en celebraciones y, fundamentalmente, realizó menos viajes oficiales. De esta manera el Palacio de Bukingham costó a los contribuyentes unos 46,1 millones de euros, es decir, que cada británico pagó 62 peniques anuales para mantenerlo. Además de la merma en viajes, influyó el recorte del gasto de personal. Se sabía que los costos en servicios casi se habían duplicado en los últimos ocho años pero ahora el tesorero del Palacio, Alan Reid, frenó las contrataciones. Otro tanto se hizo en el mantenimiento de palacios, castillos y parques. La familia Windsord también está obligada a publicar sus gastos.
Los países deben generar una conciencia social abarcativa y los gobernantes deben hacer las cosas bien para evitar males mayores. De lo contrario, se recortarán los presupuestos de salud y educación a los cuales tradicionalmente apelan los ajustes. El premier francés Nicolás Sarkozy también dictó medidas de austeridad, por ejemplo los funcionarios deben viajar en tren y no en avión. Angela Merkel, canciller de Alemania, armó un plan de austeridad empezando por bajar los gastos del Estado y suprimió cargos y contrataciones.
Lo importante es tomar conciencia de que se vive una emergencia. Por eso la crisis europea, prevista para diez años, se podría achicar y no ser tan dolosa para el pueblo. Pero lo primero es reconocer que hay crisis sin caer en el recurso vulgar de ignorarla porque ello deriva en consecuencias dolorosas. Si los gobernantes respetan la realidad se pueden tomar medidas a tiempo.
