Quienes en la porteñísima Buenos Aires busquen un sitio para su distensión y sosiego, deberán encaminarse hacia el añejo y escogido barrio de Palermo, donde podrán ver surgir la placidez y encanto del simbólico Parque 3 de Febrero. Conmemorativo del Combate de San Lorenzo (1813), fue inaugurado en 1875 durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento -su creador-, quien para realizarlo utilizó los terrenos que habían pertenecido a Juan Manuel de Rosas, en ese tiempo ubicados en lo que eran las afueras de la ciudad, y donde el implantador de la "santa federación” habitó con su hija Manuelita, en una sencilla casa de campo.
Situado en la intersección de las hoy avenidas Libertador y Sarmiento, y recostado sobre avenida Infanta Isabel, el parque fue diseñado por el arquitecto paisajista francés Carlos Thays -padre, también del Jardín Botánico-, y desde sus comienzos lo hizo suyo la llamativa presencia de la bautizada "buena sociedad porteña”, que buscó esparcimiento y aristocráticos encuentros de recreo dominical.
A su armónico encanto paisajístico se le fueron agregando diversos ornamentos naturales y arquitectónicos, hasta que el 24 de noviembre de 1914 se abrió al público el trazado de un conjunto floral, -que su hacedor, el Ing. Benito Carrasco, denominó "La Roseraie”: "rozré” (rosaleda)-, que dio al lugar una luminosidad distinta y envolvente, corporeizada en cinco mil rosales que convirtieron a la rosa, con su delicadeza de presencia y aroma, con su sensación de romanticismo, en incuestionable emblema del paseo.
Por su notoriedad de ser punto recreativo de la sociedad porteña, el Parque 3 de Febrero fue uno de los lugares "vivos” que reflejó un tiempo comulgante con el desenfado francés -y añorado después-, que tomó el nombre de "Belle Epoque” (Bella Época), por cuanto cubrió un lapso de bonanza en el mundo -entre 1890 y 1914-, en el cual la humanidad occidental asimiló fuertemente la "’Joie de vivre”, una hermosa "alegría de vivir” francesa, a la manera de la Francia versallesca del siglo XVIII. No obstante, esa vida dichosa tuvo un "’despertar” horroroso con el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Pero luego, con la extrañeza de lo inexplicable, sin un darse cuenta del porqué, se cernió sobre el parque un "tiempo oscuro” que trajo incultura, desidia, abandono, olvido; todo aquello que derrumba y envilece se hizo presente allí: A tal extremo aquello se transformó en infame "rincón”, que el parque fue "testigo” de la enajenación mental en su más escalofriante expresión: "El caso del descuartizador del lago de Palermo”, rezaba el diario "Crítica” a grandes titulares, y así voceado por los "canillitas” aquel crimen paralizante, cuando aun retumbaban ecos de la guerra.
Desde entonces, y durante más de ocho décadas, el Parque 3 de Febrero subsistió mustio y aplebeyado, hasta que -como enmienda avergonzada por lo que nadie había hecho- surgió "de la nada” un superior grupo de personas, imbuidas de la misma intención de conseguir el "milagro” de su recuperación. Actuaron con vehemencia, interesaron al poder ejecutivo, y consiguieron el entusiasta auspicio de la empresa YPF. Así, todos mancomunados, y con la imprescindible presencia de convocados restauradores de primerísimo nivel (argentinos y europeos), a mediados de agosto de 2008 comenzó la ímproba y silente tarea de recuperar, "ab initio”, el histórico esplendor del parque.
Luego de cinco meses de persistente labor, otra vez quedaron instituidos cinco mil nuevos emblemáticos rosales, con su entorno "parquístico” en su completez renovado,vegetal y arquitecturalmente: El Parque 3 de Febrero -"El Rosedal”, epónimamente- lucía ahora con la misma brillantez de sus inicios. Volvieron a su original belleza la Pérgola del lago y el puente de entrada, brillando en su estilo griego; el Patio Andaluz permitió observar al caballero Quijote con su escudero Sancho, "’saliendo” de las valiosas mayólicas venidas de Sevilla; las cuatro azulinas fuentes salpicaron rumor de cascadas; el inmenso lago con sus irisados botes y sus plumíferos habitantes acuáticos, en fin, el Jardín de los Poetas, el templete, macetones franceses, canoras aves cautivas, ceñidos por una acariciante quietud de ensueño.
En el ángulo sur del parque erguía su frondosa copa un aromo, que sobrevivió hasta mediados de los ’70, en el siglo pasado. En transmisión de leyenda se dijo que bajo la sombra aromosa de aquel árbol, al que llamaron "de Manuelita” o "del perdón”, la niña Rosas pedía a su padre "’indulgencia para algunos de sus enemigos”. Un árbol histórico que "fue”, una niña suplicante, un Rosas temido pero argentinista, un Sarmiento que dejó su impronta de progreso, un ente natural llamado parque, con simbolismo que atrae simpatías…: Todo -mezclado- patentiza el vaivén idiosincrásico argentino.
