Un muro de casi un milenio de enemistad se rompió inesperadamente el pasado viernes cuando el Vaticano y el Patriarcado de Moscú anunciaron para mañana, en Cuba, el primer encuentro de la historia entre un Papa y un Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Algunos se preguntarán el porqué de la importancia de este hecho. Conviene remontarse al 1054. En esa época, así como el Imperio Romano estaba dividido en el de Oriente y de Occidente, la Iglesia tenía su circunscripción en esa región oriental y en Roma. Pero cuando el Papa León IX envió a su legado a Constantinopla (hoy Estambul), éste le negó el titulo de ecuménico al patriarca Miguel I Cerulario, y además puso en duda la legitimidad de su elevación al patriarcado. A raíz de ese hecho, las partes se excomulgaron mutuamente. Es lo que se conoce como el Cisma de Oriente. Desde aquel momento, estamos separados católicos y ortodoxos. En el fondo, esta división se produjo por el deseo de la Iglesia de Roma de querer demostrar un poder autoritario, alejado del diálogo y del servicio del acuerdo que generan concordia. A partir de aquel momento nació la Iglesia Ortodoxa, que en el fondo no es una sola Iglesia, sino varias Iglesias autocéfalas, cada una con su patriarca elegido por un sínodo de obispos. De ahí la diferencia sustancial con la Iglesia católica, ya que ésta tiene la autoridad única y suprema en el Sumo Pontífice. Ellos no admiten la primacía del Papa, sino que lo consideran un ‘primero entre iguales” (primus inter pares). Rechazan en el Obispo de Roma cualquier poder que no sea simplemente ‘de honor”, sobre la Iglesia universal. Entre las autoridades ortodoxas sobresalen la del patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, que es el ‘primus inter pares” de catorce Iglesias ortodoxas; es decir, una comunidad minúscula, y el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kiril, que reúne a dos tercios de los ortodoxos y es la segunda Iglesia cristiana, después de la católica. Ésta siempre ha sido tratada con hostilidad por parte de los rusos. Es verdad que también existe en Ucrania la Iglesia ortodoxa greco católica rusa, denominada ‘Uniata”, que reconoce la autoridad del Papa, y a la que la ortodoxia rusa detesta. Kiril es el líder de 165, de los 250 millones de ortodoxos en el mundo. No es un dato menor. Él siempre deseó acercarse a la Iglesia Católica y se sintió ideológicamente cercano a ella. Es hijo espiritual del metropolita ortodoxo Nikodin, que murió en el Vaticano en 1978, entre los brazos de Juan Pablo I, a quien había ido a visitar. El 23 de enero pasado, el cardenal alemán Kurt Koch, Presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, había afirmado que en la relación con los ortodoxos ‘el semáforo no estaba mas en rojo sino en amarillo”. Pero el semáforo ha pasado al color verde desde el viernes pasado en que se anunció este histórico encuentro. También es cierto que existe un trabajo de artesanía desde hace largo tiempo. Hay una fecha símbolo, y es el 25 de noviembre de 1961, cuando el embajador ruso entregó a Juan XXIII un mensaje personal del Primer Ministro soviético Nikita Kruschev al cumplir Roncalli 80 años. El ‘Papa bueno” le respondió al día siguiente, y la comunicación afable entre ambos continuó. Al mismo tiempo, entre Roma y Moscú se abrió el diálogo, que hasta ese momento no existía. Fue Pablo VI, quien en 1964 se abrazó con el patriarca de Constantinopla en Tierra Santa, y fue él quien en 1965 encontró al ministro de Relaciones Exteriores ruso Andréi Gromyko. Del ‘deshielo” de Roncalli se pasaba a lo que sería la ‘Ostpolitik” vaticana, que tuvo en el cardenal Agostino Casaroli, al hombre que supo encontrar la llave para abrir el diálogo con los países comunistas. En 1966, Gromyko llegó al Vaticano, y en 1967 el Papa recibió al presidente soviético Nikolái Podgorny. Se comenzaba a susurrar un posible viaje de Pablo VI a Moscú, que no se logró concretar nunca. La elección de Karol Wojtyla en 1978 permitió que los cristianos perseguidos por el comunismo encontraran su voz en el pontífice polaco, pero tanto Andropov como Chernenko manifestaban preocupación por la acción ‘proselitista” del Papa en territorio ruso. Cuando la ‘glasnot” (transparencia), y la ‘perestroika” (reestructuración) de Mikhail Gorvachov hacían pensar que había llegado el momento para que un Papa viajara a Moscú, explotó la ‘guerra de las diócesis”. El 11 de febrero de 2002, Juan Pablo II elevó a la categoría de diócesis a cuatro administraciones apostólicas en territorio ruso: Moscú, Saratov, Irkutsk, Novosibirsk, generando nuevos rencores en los ortodoxos de ese país. La Iglesia ortodoxa rusa habló de agresiones y de usurpación del territorio canónico y nacional, congelando la relación entre las dos iglesias. Fue Benedicto XVI quien logró serios avances en este campo, porque en 2009 se restablecieron las relaciones diplomáticas oficiales entre la Santa Sede y la Federación rusa, y porque su mensaje hacía resonar cuerdas importantes en el corazón de los ortodoxos rusos. Por algo el Patriarca Kiril, cuando Ratzinger presentó la renuncia, le envió un mensaje de gratitud en el que decía: ‘En el momento en que el relativismo moral busca inducir a las personas a perder los valores, usted ha levantado la voz en defensa de los ideales evangélicos y de la dignidad humana”. Conviene subrayar un gesto silencioso pero elocuente del Papa alemán en busca de la reconciliación con los ortodoxos. En febrero de 2006, decidió renunciar al título de ‘Patriarca de Occidente”, como signo de sensibilidad ecuménica, empleando el de ‘Obispo de Roma”, para mostrar así su voluntad de ejercer el poder colegialmente y no pretender un poder ‘monárquico”. Francisco continúa de modo admirable el camino trazado por sus predecesores. El 30 de noviembre de 2014, durante el vuelo de Estambul a Roma después de su visita a Turquía, donde había intercambiado grandes gestos de afecto con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla Bartolomé I, manifestó a los periodistas su gran interés por un encuentro con Kiril: ‘Le he hecho saber, y el también está de acuerdo, la voluntad de que nos reunamos. Le he dicho: yo voy a donde tú quieras: tú me llamas y yo voy. Y él tiene la misma intención. Los dos queremos reunirnos, y queremos caminar hacia delante”. Lo hacen también urgidos por el contexto de sufrimiento y sangre que padecen los cristianos asediados por el Isis en todo Oriente Medio, África del Norte, África Central y otras regiones atacadas por los extremistas desde 2009. Se reúnen en Cuba, un ‘territorio neutro”, porque los ortodoxos nunca aceptaron hacerlo en Europa: continente en que se consumó la división de la cristiandad. Es hora de hacer realidad lo que solicitaba Juan Pablo II en la encíclica ‘Ut unumsint” (Que todos sean uno), de 1995: ‘hay que encontrar una forma de ejercicio del primado pontificio que se abra a una situación nueva” (n.95). El encuentro y el abrazo entre los dos líderes religiosos será una puerta ecuménica que se abre y un paso de gigantes para remover la piedra de la hostilidad y de los prejuicios, que desde hace 962 años impiden el diálogo y el acuerdo como caminos para la reconciliación definitiva.