Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco". Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos lo reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato (Mc 6,30-34).
Todas las acciones de Jesús presentadas en este breve texto, lo ubican en el centro, como el Pastor bueno. La invitación realizada a los suyos para que descansen un poco, luego de la fatiga apostólica, es signo de la atención delicada de Jesús hacia aquellos que él llamó para que le ayudaran en su misión. El evangelista Marcos indica a los Doce con el nombre de "apóstoles" (enviados) subrayando así, la esencia de la tarea encomendada. "Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron lo que habían hecho y lo que habían enseñado". Nos hubiera gustado saber el resultado de la evaluación de la misión. Pero el evangelio de Marcos no incluye detalles ni registra reacción alguna de Jesús. Lucas, en cambio, indica con precisión que, los enviados "regresaron alegres diciendo: ‘Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre" (Lc 10,17). A esto Jesús responde indicando cuál debe ser el motivo verdadero de la alegría para un misionero: "No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo" (Lc 10,20).
Es una gran alegría saber que todo el que enseña o cumple fielmente cualquier otra misión en representación de Cristo, tiene su propio nombre escrito en el cielo; y esto debe ser motivo suficiente de alegría, independientemente del éxito o fracaso. Dios no pide éxito en el apostolado, sino fidelidad, que es constancia impregnada por el amor. Si el éxito no lo exalta, el fracaso tampoco lo abate. El sabe que ha elegido a hombres pecadores y pescadores, con escasa preparación, pero que sólo deben presentar al mundo sus palabras y repetir sus gestos empapados de una ternura sin límites. Imaginamos la mirada afectuosa del Maestro, mientras ellos le relataban lo que habían realizado. Estaban felices, aunque un poco cansados, como le sucede a todo verdadero "misionero" que se olvida de sí mismo para servir y seguir a Jesús. Es él quien los invita a tener un tiempo de recogimiento y oración: "Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco y ellos se fueron solos en la barca a ese sitio". El misionero anuncia un misterio que sólo se saborea en medio del silencio y de la calma. En la visita realizada por Benedicto XVI el 24 de mayo pasado a la Abadía benedictina de Montecassino (Italia), afirmaba que entrar en el silencio de la oración significa un ingreso celestial: "El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él". La oración, precisaba, "es el sendero luminoso que nos conduce directamente al corazón de Dios; es la respiración del alma, que nos devuelve la paz en medio de las tormentas de la vida".
Pero no pudieron sustraerse al entusiasmo de la gente y, no obstante anhelar la quietud, Jesús debió ceder ante el evidente estado de abandono y desprotección de la muchedumbre: "Al desembarcar, vio mucha gente y sintió compasión de ellos, porque estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas". En esta afirmación, Marcos ha fotografiado los ojos de Jesús y mostrado una radiografía de su corazón. Quisiera detenerme sobre los tres verbos de este versículo: ver, conmoverse y enseñar. Indican las tres actitudes que deberían marcar la vida de todo auténtico cristiano. El primero de ellos: "ver". Se lo encuentra con frecuencia en la Biblia: "Dios escuchó los gemidos de los israelitas. Entonces dirigió su mirada hacia ellos y los tuvo en cuenta" (Ex 2,24). El mismo Yahvé en el Sinaí se presenta a Moisés diciendo: "Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído sus gritos de dolor. Conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo" (Ex 3,7). Dios ve y provee.
El segundo verbo aparece en la expresión: "Jesús se conmovió por ellos". Su mirada no es la observación neutra de un sociólogo o el ver frío y desinteresado de un reportero gráfico, ya que él siempre mira con los ojos del corazón. "Conmoverse" traduce un verbo propio de las madres: "se le estremecieron las entrañas". No se trata sólo de un humano sentimiento, sino de la compasión mesiánica que es ternura divina. Pero Jesús también "enseña". Ante la multitud, no hace ningún milagro como tal vez algunos esperaban, sino que el primer pan que les ofrece es su Palabra que transforma a la masa en pueblo, logrando que de la división se pase a la comunidad armoniosa y unida.
