El título recuerda una frase de Simón Bolívar en respuesta a la suposición de que los latinoamericanos, como suponían también el Che Guevara, Fidel y sus seguidores guerrilleros e intelectuales en la región, estábamos dominados por la fuerza. Justamente en estos años en nuestro subcontinente se vuelven a discutir políticas ya ensayadas en el pasado reciente desconociendo las enseñanzas, consejos y estructuras formales que nos dejaran personajes como Sarmiento que dieron el resultado de que Argentina fuera, a principios del siglo pasado, la sexta potencia económica del mundo. Los cambios, cuando menos cosméticos de Cuba con el primer presidente que no se apellida Castro desde aquél 1959 cuando ocurrió la revolución que trajo el comunismo al continente, invitan a una reflexión sobre temas viejos que representan problemas no resueltos porque nunca los reconocimos como tales.

En momentos de duda viene bien recordar a algunos dirigentes serios que hemos tenido.

Algo que lamentablemente se ha hecho carne en nuestra cultura es el desdén por la lógica y la aritmética, siendo éstas ciencias que no perdonan, que son rígidas, que no se pueden deformar. No poner las tarifas en su debido precio implicaría, en primera instancia, pagar el equivalente a dos presupuestos anuales completos de la provincia de San Juan, 4.000 millones de dólares en el CIADI, organismo internacional en el que estamos denunciados por haber confiscado los patrimonios de las empresas que contratamos para prestarnos esos servicios. Los denunciantes acudieron allí luego de que el gobierno de Cristina le pusiera precio a las tarifas por debajo de los costos, haciéndonos creer que la energía, un bien escaso en el mundo, era gratis o casi gratis. Negocios enteros se fundaron bajo una ecuación errónea que no tuvo en cuenta el consumo de energía. No es la primera vez que se intenta hacer estas correcciones pero sí la primera de este siglo. Durante el efímero gobierno de Isabel Perón, tanto el ministro Gómez Morales como el recordado Celestino Rodrigo lo quisieron hacer y fueron condenados por la opinión pública y políticos y dirigentes sindicales de distinto signo como vendepatrias o proclives a favorecer a las empresas. Sabemos cómo terminó aquello. El buen ejemplo cercano es Chile, si bien los trasandinos no están libres de volver a las viejas discusiones como si la historia no hubiera enseñado nada. Hay una visión de precipicio que nos ayuda a caminar derecho. La Venezuela de Chávez-Maduro, modelo que intentamos imitar y al que llegamos a subordinarnos en política exterior con esa locura de crear un eje Venezuela-Rusia-Irán. Su decadencia que parece no tocar fondo, es el contrapeso vivo de ideas que se esconden en algunos jóvenes engañados, como otros en el pasado, por la creencia de que nuestros males provienen desde afuera y no que son causados por nuestra propia torpeza. Ese será el peor legado de Cristina y su entorno, haber atrapado a adolescentes con la ideología de “Las venas abiertas de América Latina”, biblia de los guerrilleros setentistas, escrita por quien recientemente ha reconocido su error, el uruguayo Eduardo Galeano. En la V Cumbre de las Américas, celebrada en Puerto España en Trinidad y Tobago del 17 al 19 de abril de 2009, el ex presidente de Costa Rica, Oscar Arias, pronunció un discurso que merece ser releído. Transcribimos algunos párrafos porque prácticamente no necesita actualización. Ahí va.

“Tengo la impresión de que cada vez que los países caribeños y latinoamericanos se reúnen con el Presidente de Estado Unidos de América es para pedirle cosas o para reclamarle cosas. Casi siempre para culpar a Estados Unidos de nuestros males pasados, presentes y futuros. No creo que eso sea del todo justo. No podemos olvidar que en este continente, por lo menos hasta 1750, todos los americanos eran pobres. Cuando aparece la revolución industrial en Inglaterra, otros países se montaron en ese vagón: Alemania, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda…y así la Revolución Industrial pasó por América Latina como un cometa y no nos dimos cuenta, perdimos la oportunidad. Hace 50 años, México era más rico que Portugal, en 1950 Brasil tenía un ingreso per cápita más elevado que el de Corea del Sur. Hace 60 años, Honduras tenía más riqueza per cápita que Singapur y hoy- en cuestión de 35 ó 40 años- Singapur es un país con 40 mil dólares de ingreso anual por habitante mientras que hoy, el ingreso per cápita de Honduras ronda los 2 mil dólares anuales. En 1950 cada ciudadano estadounidense era cuatro veces más rico que un ciudadano latinoamericano. Hoy en día, en ciudadano estadounidense es 10, 15 ó 20 veces más rico que un latinoamericano. Eso no es culpa de USA, eso es culpa nuestra. Bueno, algo hicimos mal los latinoamericanos. ¿Qué hicimos mal? No puedo enumerar todas las cosas que hemos hecho mal. Nuestro problema es antiguo y no logramos entenderlo. Eso es parte de lo que hemos hecho mal, ignorarlo.

 

Pocos líderes latinoamericanos se han percatado que el asunto es educación; un estadounidense, además de su alta escolaridad, se lee en su vida unos 600 libros, pero un latinoamericano, además de su baja escolaridad, en el mismo período se lee unos 120 libros. Hay que entender lo que legó Simón Bolívar: Un hombre sin estudios es un ser incompleto. Maduro sigue obstinado contra el imperialismo, no se ha dado cuenta que, mediante la educación, los estadounidenses han logrado que sus ciudadanos sean eminentes innovadores.

La OEA debe difundir en redes sociales -Facebook- “América sin pobreza”, con estadísticas de ingresos per cápita y salarios por hora de los países miembros, para que la juventud pregunte a sus líderes: ¿Qué hicimos mal? Es como dijo Bolívar, nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza”. Un gran amigo de nuestro país, el pensador español Ortega y Gasset lo dijo de otra manera: “Argentinos, a las cosas”.