Me gusta pensar y celebrar la Nochebuena como la fiesta de la ternura de Dios. El filósofo y poeta bengalí Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura 1913 afirmaba que: "cada niño que nace es un signo de que Dios no se ha cansado de los hombres”. El anuncio del nacimiento de aquel niño es desde hace dos mil años la "Buena Nueva” de un nuevo inicio posible, más allá de nuestros cansancios y de nuestras renuncias a seguir esperando y amando.

Por eso es que Navidad nos desafía a seguir soñando, mezclando nuestros pequeños anhelos con el gran sueño de Dios. Donde se hace necesario el comienzo de algo urgente imprescindible, el nacimiento indicado por una estrella sobre la gruta de Belén, enciende el sueño que empuja a los hombres a insertar el presente de ellos en el mañana divino. Fue el sueño de Martin Luther King en aquel fatídico 28 de agosto de 1963: "I have a dream” ("Yo tengo un sueño”). Se trata del discurso leído por él en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington y considerado como uno de los mejores discursos de la historia.

Es un sueño que habla a los jóvenes de hoy y que podríamos hacerlo nuestro, todos los argentinos. Habla a aquellos que protestan frente a la realidad de la vida, del dolor del sufrimiento, del arrastrar el desaliento en el hoy y la incertidumbre por el mañana. Proclamaba Luther King: "Pero hay algo que debo decir a mi gente. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás. ¡Hoy tengo un sueño! Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano. Esta es nuestra esperanza. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres. Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: ¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!”.

Un gran protagonista del Concilio Vaticano II, el cardenal belga Leo Joseph Suenens, solía repetir: "Felices los que sueñan y están dispuestos a pagar el precio más alto para que su sueño se haga realidad en la vida de los hombres”. Mi sueño de hombre, ciudadano y creyente para cada uno de nosotros y de nuestros compatriotas, es el de una Argentina en concordia, de un país donde la fraternidad sea realidad, donde busquemos el bien común por encima de los propios intereses, promoviendo a los más débiles, respetando la dignidad de todos los hombres y tutelando la vida en cada fase de ella y la paz en cualquier contexto.

Sueño con una comunidad civil, política y religiosa donde los derechos de los pobres y los problemas reales de la ciudadanía ocupen el primer lugar en la agenda de los responsables del poder. Donde dejemos de denunciar y señalar con el dedo a los otros, y aprendamos a extender los brazos para trabajar y abrazar a quienes están lejos a causa de nuestra soberbia o indiferencia. Sueño donde todos dejemos la retórica simplista por la palabra meditada antes de ser pronunciada. ¿Es mucho soñar? No me importa. Es Nochebuena y es justo soñar en este anochecer.

Dios también soñó con salvar al hombre y lo hizo realidad en Navidad. Vino a enseñarnos que la ternura y la bondad deben destronar a la violencia, a la maldad y al agravio. Llegó al mundo para enseñarnos que el amor no se divide, sino que cuando se lo entrega sin cálculos, se multiplica milagrosamente. Sueño con que todos nosotros, a sabiendas o desconociéndolo, "mendigos de cielo”, celebremos esta Noche con un corazón acariciado por la paz de Dios e imbuido de un perdón transformado en bálsamo que borre toda herida, huella u ofensa.