Un principio que debiera regir la organización tácita pero siempre presente de los vecinos de un barrio es la solidaridad, máxime en el uso racional de la energía eléctrica y del agua potable.

No se trata de un concepto clasista ni de poderío económico, sino del manejo de la libertad propia y sin dañar la del otro.

Entender este principio debe ser motivo de consenso nunca divergente pero los intereses personales y la ambición de algunos impiden, en aras del confort, visualizar esta situación; que deja sin luz frecuentemente a la mayoría de las casas aledañas ocasionando perjuicios y desazón.

Ser solidarios es ser humanos en el cabal sentido de la palabra y no entenderlo implica egoísmos particulares, que crean irritación y conflicto, aunque las voces permanezcan calladas tratando de esconder situaciones que emergen en momentos urgentes en especial cuando existen personas enfermas, que necesitan de esa mano que se tienda no en el vacío sino para ayudar renunciando por un instante al bienestar individual en procura del bien común.

Ser vecinos no es una tarea fácil. Consiste en una sutil convivencia en el espacio público y privado donde cada uno debe defender sus propios derechos sin olvidar el de los otros.

No abusar de los consumos de energía y agua potable, entre otros servicios, más allá del poder adquisitivo que se tenga, es una muestra del estado de conciencia que tiene que imperar en todo buen ciudadano para preservar los recursos no renovables.

La solidaridad ayuda a pacificar y a comprender y esa intencionalidad debe ser siempre una dimensión abierta a las mejores obras.