Ese día Jesús salió de casa y fue a sentarse a orillas del lago. Pero la gente vino a él en tal cantidad, que subió a una barca y se sentó en ella, mientras toda la gente se quedó en la orilla. Jesús les habló de muchas cosas, usando comparaciones o parábolas. Les decía: "El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, unos granos cayeron a lo largo del camino: vinieron las aves y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra, y brotaron en seguida, pues no había profundidad. Pero apenas salió el sol, los quemó y, por falta de raíces, se secaron. Otros cayeron en medio de cardos: estos crecieron y los ahogaron. Otros granos, finalmente, cayeron en buena tierra y produjeron cosecha, unos el ciento, otros el sesenta y otros el treinta por uno. El que tenga oídos, que escuche". Los discípulos se acercaron y preguntaron a Jesús: "¿Por qué les hablas en parábolas?" Jesús les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos, no. Porque al que tiene se le dará más y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran, y no ven; oyen, pero no escuchan ni entienden" (Mt 13,1-9).

Esta versión de Mateo, de la parábola del sembrador que la liturgia nos presenta hoy parece basada en aquella más antigua de Marcos, hasta en la elección de las palabras (Mc 4,3-9). Nos enseña que la fatiga del sembrador nunca es inútil, porque la Palabra siempre da sus frutos. Lo había anunciado el profeta Isaías: "Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé" (Is 55,10-11).

Si todo sembrador siembra con esperanza e ilusión, el sembrador que nos presenta Jesús tiene muchas más razones para estar alegre y optimista: siembra la Palabra. Pero es un sembrador muy especial. "Debe estar un poco loco este sembrador para sembrar en los caminos o entre piedras y espinas" me comentaba un día un campesino. Y es verdad: está loco este sembrador, loco de amor, loco de ilusión. No quiere que nadie escape a su amor, no le importa si son los de cerca o los de lejos, si son los oportunistas o los arriesgados. Un poco como nos dice el papa Francisco, que el Evangelio es derecho de todos, justos y pecadores. Para él no hay tierras estériles ni corazones cerrados, a todos da la oportunidad. Pero la Palabra, para que dé fruto debe tener la oportunidad de germinar, necesita un espacio de acogida y calor para romper la vida que lleva dentro y hacerla crecer. Cristo mismo explica el sentido de su parábola. Hay varias clases de "tierra". Tierra dura del camino, tierra de paso, tierra estéril. Nada mejor para describir nuestro mundo de la superficialidad, la inconstancia y las conveniencias. El hombre moderno nace de prisa, camina de prisa y muere de prisa, casi sin darse cuenta. No hay tiempo para nada. No hay tiempo para crecer y se adelanta en sus experiencias, no hay tiempo para la familia porque está muy ocupado, no hay tiempo para los hijos, para los amigos. Siempre está de prisa, de aquí para allá, llevando su superficialidad. Siempre está dejando para después las cosas importantes. ¿Seremos camino donde todo pasa y nada se queda?

El dolor y las agresiones, la inseguridad y la vida moderna nos han hecho duros e insensibles, con corazón de piedra. Pasamos junto a las personas como desconocidos, no sonreímos, no nos detenemos, no saludamos. Otro tipo de tierra son las espinas. La vida fácil es el ideal de muchos de nosotros: no al dolor, no al sufrimiento, no al esfuerzo, no a cualquier tipo de espina. Y la sociedad, con frecuencia nos ofrece una felicidad basada en los bienes, en el placer y en el poder. Estas espinas ahogan el Evangelio, que es ante todo servicio, fraternidad y amor. Frente a las riquezas mueren muchos ideales, ante el placer se sofocan nuestros propósitos, y ante el egoísmo fracasan los proyectos del Reino.

Dice el papa Francisco que nadie emprende una batalla si de antemano se siente derrotado. El sembrador tiene esperanza y sus sueños alcanzan recompensa. La Palabra de Dios debe fecundar nuestras vidas, darles sentido, hacerlas fértiles y producir mucho fruto. La parábola del sembrador es pues una parábola de esperanza, de confianza y de compromiso.

 

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández