Idéntico dilema sobrevuela sobre el nuevo escándalo de la política argentina, la baja de retenciones que se filtró en el Congreso, que con el affaire de los glaciares en el mismo Parlamento: ¿puede ser aprobada una norma sin que los que la sancionan la hayan leído?
La respuesta es sí. Un sí categórico y decepcionante a la vez. Rotundo alimento a la desilusión. Un sí que señala sin medias tintas por medio de estas dos fenomenales sorpresas que los legisladores argentinos levantan manos sin una mínima notificación de la gravitación económica y social que tienen sus acciones.
Sancionadas en medio de un abanico de tiempo de 20 meses -glaciares pasó por Diputados en diciembre de 2007 y retenciones terminó su ruta legislativa en agosto del 2009- suenan alarmantes las tristes similitudes en el proceso de ambas normas:
– En retenciones (en realidad, la extensión de las facultades al Ejecutivo que autoriza a establecerlas) está en debate la actividad agrícola nacional y por lo tanto un descuido es mucho más significativo que una impericia o una falta grave en el desempeño de las funciones: es un desprecio. Lo mismo ocurre con los glaciares, una regulación que llegó a comprometer no sólo a la industria minera sino a la obra pública más importante de San Juan posiblemente en el siglo, como el túnel a Chile.
– A confesión de parte relevo de pruebas: los propios legisladores involucrados no tuvieron más remedio que admitir haber votado el proyecto sin haberlo leído. Lo hizo en el tratamiento de las retenciones el oficialista Alberto Cantero, con el riesgo de argumentar su propia torpeza y eso no debería ser explicación válida. Cantero es el presidente de la comisión de Agricultura en Diputados y es literalmente una brutalidad que sea él uno de los tantos diputados que levantó el brazo como acto reflejo. Más digerible, aunque igual de impresentable, hubiera sido que argumentara haberlo leído pero haber preferido igual seguir estrictas órdenes partidarias.
Con la ley de Glaciares aprobada en Diputados hace más de un año y medio, la cosa fue igual. Muchos legisladores de provincias en las que no ven un glaciar ni en foto decidieron soslayar el asunto, pero lo inexplicable es que a ninguno de las distritos donde habitan esas moles les hubiese sonado alguna alarma con sólo ver la palabra glaciar impresa en el expediente.
Una explicación que ofrecen es que son cientos los proyectos que tratan habitualmente. Otra, que hay operaciones políticas de ocultamiento que permiten lo increíble: que un legislador termine votando lo que no tiene decidido hacer. Pero en ninguno de los casos se trató de proyectos por declarar de interés nacional un torneo de bochas, como sí existen. Tampoco es recomendable la admisión de haber caído víctima de la picardía: a la gente le gusta estar en el bando de los pícaros y no de los estafados por sus efectos.
– Ambas normas fueron aprobadas por unanimidad. Son justamente los vicios procesales en el Parlamento lo que permite contar como válido un voto dudoso que termina convirtiéndose en un aval.
Suena fuerte la palabra unanimidad, pero es necesario ponerla en su contexto. Sugiere que todos estuvieron de acuerdo, pero acaba devaluada ante la fuerza de los hechos: en el último tratamiento en Diputados ninguno del bloque oficialista supo qué estaba votando, mientras en la sesión de fines de 2007 por los glaciares ni siquiera el proyecto fue tratado en el recinto como para sostener el sentido de unanimidad: que todos hayan decidido apoyarla.
Se trata de conductas parlamentarias lo suficientemente graves como para ser sancionadas. Y el argumento del descuido es el mal menor. Decir, por ejemplo, que el Parlamento es un paseo de compras y que ni siquiera en los temas más espinosos se hace un esfuerzo por prestarles mayor atención.
– El siguiente punto de contacto entre ambos episodios es el pago de una cuenta política abultada de quien decidió vetar las leyes, la presidenta Cristina Kirchner. Especialmente por aquella condición en que viene envasada la ley: unánime. Retumban las sílabas cuando el ciudadano común intenta comprender cómo es posible vetar una norma que la absoluta totalidad de los legisladores votó a favor, si es que no se tiene una perspectiva de contexto (ese agravante de levantar la mano por algo que no conocen).
Será endosado a la cuenta del "vetante" el pago por ese asombro. No es comprensible que se vete la ley de glaciares si el mecanismo de "tratamiento" no se entiende: ni en Diputados ni en Senadores fue tratado en el recinto, y ni siquiera el libro de sesiones permite afirmar que fue citado el proyecto en voz alta y por su nombre. Tampoco el veto a la disminución de las retenciones coladas en silencio por Francisco De Narváez bajo el anzuelo de la emergencia agropecuaria, y no advertido por el grueso del oficialismo. A pasar por ventanilla.
– Y finalmente aparece una nueva similitud. Ambas leyes "unánimes" fueron producto de las agachadas y las negociaciones en conos de sombras que desde siempre tienen epicentro en el Congreso.
Lo de retenciones fue un literal aprovechamiento del relajo oficial sobre un tema que los tiene hartos de tanto pelearse con las paredes, como la pulseada con el campo. Supusieron en la oposición que bajo el anzuelo de acordar el envío de $500 millones al sector por la sequía, nadie miraría más nada. Y acertaron. En el articulado, pasó sin ser advertida la reducción en 37 distritos bonaerenses nada menos que de las retenciones a la soja, palabra sagrada en el diccionario oficial.
Lo de glaciares parece haber sido aún peor, porque la tropa oficialista en Diputados la ofreció como prenda de cambio para garantizar la aprobación de un proyecto que le interesaba mucho más que el destino de una provincia lateral, como el presupuesto. Glaciares estaba en la comisión de Presupuesto, donde no tenía el camino fácil, además de la comisión de Medio Ambiente donde tenía despacho unánime. Pero el día antes del tratamiento del presupuesto 2008, la ley fue bloqueada de esa comisión, lo que significó su llegada al recinto sólo con la aprobación "unánime" en Medio Ambiente. Esos proyectos que llegan con semejante rótulo pasan al recinto sin debate, citadas sólo por un número. Eso es lo que ocurrió: lo unánime fue que nadie se enteró.
No está claro si ese gesto del oficialismo nacional consiguió atraer más votos para lo verdaderamente interesante del momento, la votación del presupuesto. Sí lo está la cristalina sensación de que se trató de un asunto menor en aquella época, de un proyecto "canjeable", negociable por otros apoyos como ocurrió, sin haber advertido la grave cicatriz política que iría a causar en provincias como San Juan ante la imposibilidad de explicar cómo se veta una ley aprobada de manera unánime.
No hubo otros argumentos después. Ni de los miembros de Presupuesto que decidieron sorpresivamente bloquear un ámbito de debate, ni de los legisladores sanjuaninos. Ni los de Agricultura ahora, más allá de ese "me equivoqué" lanzado para explicar porqué la tortuga se terminó escapando dos veces.

