Crecer es apelar al conocimiento y construir un país es operar en respuesta de todos los sectores evaluando su representatividad y accionar.
Parece que la Argentina de la "década ganada” tiene desde el discurso político hasta en los hechos acontecidos una coherencia que dista mucho con un verdadero acierto entre sus fundamentaciones teóricas y sus aplicaciones prácticas. Desde que se conocieron los planteos formales de una lucha social y obrera quizás incompatibles por momentos con el régimen político del siglo pasado, lo mediato vivido y presente, se avizoran como un complementario y conforme acuerdo de menoscabo por la institucionalidad por lo que certificarlo significa un encuentro de coalición entre el aprovechamiento y el abuso de poder de políticos y gremialistas que en por sus manifestaciones confirman una especie de patrón argentino de deshonra y único en su calidad y que se presenta como revitalizador aparente y de vanguardia ante los ojos del ciudadano. A la vista está, que este fenómeno se repite en un vasto alcance para Latinoamérica en su originalidad. Estamos desde esta visión en una posición en la que sería absurdo concebir un factible enfrentamiento entre clases pues no hay desde esta perspectiva un posible desafío y menos aún un debacle entre lo social y económico que desvíe este rumbo máxime cuando el proceso de quebranto por un minúsculo sector -en relación a toda la población del País-, no pertenece al común de toda ella. Si, entonces, es factible remitirnos a la clase que maneja y conduce una suerte de poder encubierto desde lo popular y que se entrecruza con el pueblo, que amalgama entre sí con otro sector representativo de este a cierta clase política y gremial, para denotarlos, el "Kirchnerismo” y el "Moyanismo”, que lejos de sus figuras a que dieron origen se constituyeron en una especie deformante de valores por la representación de ideales y lucha por alcanzar los mismos en la dignidad por el trabajo, respectivamente. Constituyen así, éstos, verdaderos saltimbanquis de la política, quienes se escudaron en los estatutos y se tiñen hasta este momento de corrupción. El ciudadano argentino ya advirtió la realidad de sus operaciones y la justicia toma la iniciativa de juzgar su accionar.
Sin embargo el temor infundado que estos pretenden instaurar, molestos por ser descubiertos, puede estacionare en la inédita eventualidad de que tanto unos como otros, responsables de los destinos de un pueblo, nos hagan caminar entre oscurantismos salvíficos.
Desde este punto de vista no hay en aplicación un modelo que con identidad manifiesta resulte deductivamente del análisis que signifique un reparo histórico y menos aún un auspicio de oportunidad para quien adhiera a estos supuestos movimentismos que se presentan como innovadores, por lo que sostenerlos en sus propuestas significaría de inmediato que se confirma aún más el desacredito y la picardía en sus acciones y que hoy pretenden ser recuperados en un marco de construcción que finalmente pondría el velo al bien común y de quienes utilizaron y utilizan el poder para beneficio propio, comprobado ya por sus enriquecimientos.
Creo que sí es posible revertir políticamente el rumbo y la activación de una república como también restaurar la verdadera lucha por la dignidad del trabajo, pero es necesario que se limpie lo corrompido por "misticismos ideológicos y discursivos de politiqueros y gremialismos” que pretenden hoy hacerse eco del pueblo y surtirse de la clase obrera y de los que necesitan para darle vigencia y continuidad a la dádiva.
Por Mario Daniel Correa D’Amico – Profesor, filósofo, pedagogo y escritor.
