Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el mercenario, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas (Jn. 10,11-18).
Se celebra hoy en toda la Iglesia la 52da Jornada de Oración por las Vocaciones, bajo el lema: "El éxodo, experiencia fundamental de la vocación". Es que, responder a la llamada para consagrarse de modo auténtico a través de la vida sacerdotal o religiosa, implica vivir un éxodo, "saliendo de sí mismos", en el contexto de una Iglesia "en salida", no preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas, sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento para encontrar a los hombres y mujeres en sus situaciones reales, compadeciéndose y curando sus heridas. Nuestro Dios sale de su unidad divina para vivir la dinámica trinitaria del amor. Cuando oímos la palabra "éxodo", nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa historia de amor de Dios con su pueblo, una historia que pasa por los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés, la liberación y el camino hacia la tierra prometida. La vocación de consagrados la vemos y vivimos como una bella historia del amor predilecto de Dios que eligió lo necio para confundir a los sabios, y lo débil para confundir a los fuertes (cf. 1 Cor 1,27). Creer quiere decir renunciar a uno mismo y abandonar, como Abrahán, la propia tierra poniéndose en camino con confianza. El discípulo de Jesús tiene el corazón abierto a su horizonte sin límites, y su intimidad con el Señor nunca es una fuga de la vida y del mundo, sino que "esencialmente se configura como comunión misionera" (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23).
Los contemporáneos de Jesús estaban desilusionados con sus líderes. Los acusaban con las palabras del profeta Ezequiel, de esquilar sus ovejas, vestirse con su lana, sacrificar a las más pingües, no apacentar el rebaño, no fortalecer a las ovejas débiles, no cuidar a las enfermas ni curar a las heridas, ni hacer volver a las que se extraviaban, ni buscar a las perdidas, y de dominarlas a todas con violencia y dureza (Ez 34,3-4). Hoy Jesús se nos presenta afirmando: "Yo soy el buen ("kalos") pastor" (Jn. 10, 11). Existen dos palabras griegas para el calificativo "bueno". La primera es "agathos", que simplemente describe la calidad moral de algo. La segunda es "kalos" (utilizado en este versículo), significando que una cosa o una persona, no sólo es buena, sino que además es bella porque en su bondad existe una cualidad encantadora que atrae sin excluir a nadie. Sus cualidades internas hacen que todo el mundo la admire. Jesús no contrasta al buen pastor con un ladrón, sino con un asalariado, es decir, un mercenario cuya única preocupación es recibir su paga, que no siente afecto por las ovejas y no asume ninguna responsabilidad por ellas. Ve el pastoreo, no como una llamada, sino sólo como un trabajo; que huye del peligro, permitiendo que el lobo arrebate y esparza las ovejas. Tuve la gracia de conocer tres pastores verdaderos, alejados en absoluto de todo lo que suena a mercenario: Mons. Ildefonso Sansierra, Italo S. Di Stéfano y Jorge M. Bergoglio. ¡Cómo no agradecer a estos tres modelos ejemplares de pastoreo que sólo me enseñaron a servir desgastando sus vidas a favor de los demás! Recuerdo un día en que Bergoglio me acompañaba al ascensor luego de haber estado hablando un largo rato con él, me dijo: "Sólo te pido una sola cosa para que ejerzas tu sacerdocio de modo fecundo: jamás te olvides de regalar misericordia a todos sin excepción". Decía Leon Tolstoi: "En la vida no hay más que un solo modo para ser felices: vivir para los otros". Esa es la esencia de toda vocación. Charles de Foucault, joven parisino embriagado de luz, cuando abrió los ojos al misterio de Dios exclamó: "En cuanto descubrí que Dios existe, entendí que sólo podía vivir para él". Siempre me impactó esta frase de san Luis Orione: "Al que llame a las puertas del Pequeño Cottolengo no se le preguntará si tiene un nombre o religión, sino sólo si tiene un dolor". El mercenario vive en el estrecho mundo de su yo. Es indiferente, mentiroso, y con su soberbia sólo aleja excluyendo. El buen pastor es quien saliendo de sí mismo cura heridas, venda corazones cansados, y levanta a todos aquellos que agobiados por la vida se sienten desfallecer. Es un convencido que el amor vence al odio, el bien vence al mal, y la luz derrite las tinieblas.
