Un grupo de 10 refugiados que compiten bajo la bandera olímpica en Río de Janeiro, se han convertido en un ejemplo al representar a millones de personas que actualmente no tienen país, pero que buscan la posibilidad de demostrarle al mundo que cuando hay voluntad y ganas de alcanzar un objetivo nada puede interponerse, ni siquiera la guerra más cruel que los ha dejado sin nada.

Estos jóvenes -cinco de Sudán del Sur, dos de Siria, dos de la República Democrática del Congo y uno de Etiopía- pertenecen a pueblos que están sufriendo la tragedia de haber sido desplazados por la violencia, el hambre, la depredación ecológica o la persecución religiosa. Están ahora en Brasil con el objetivo de competir en un marco de fraternidad y paz y de esa forma cumplir con lo que les ha pedido el papa Francisco, que es ‘demostrarle a la humanidad que con la paz se puede ganar todo, mientras que con la guerra se puede perder todo”. Tal vez por eso fue la ovación que recibieron al ingresar al estadio Maracaná, en la apertura oficial de esta justa deportiva, en la que desfilaron con la convicción de que se merecen una oportunidad como todo el mundo.

De los 10 atletas que pasarán a la historia por ser parte de la primera delegación de refugiados que participa en unos Juegos Olímpicos, seis lo harán en tiro, tres en natación y uno en esgrima.

Es admirable que éstos refugiados, huyendo de la guerra y de las persecuciones hayan optado por este mensaje de paz y esperanza para la humanidad, convencidos que con su participación como atletas podrán transmitir al mundo la grave situación por la que están atravesando y sus deseos de salir lo más pronto de esta situación extrema a la que se los ha condenado.