Finalmente se concretó el viernes último la esperada reunión del papa Francisco con el patriarca Kiril, de la Iglesia Ortodoxa rusa, primer encuentro tras el sismo cristiano del año 1054, superando las frustradas gestiones de acercamiento intentadas durante décadas. Fue un acontecimiento histórico organizado en total hermetismo por las implicancias religiosas y políticas, en parte por la resistencia de sectores del Patriarcado ortodoxo y de conservadores del Vaticano, hasta la llegada de Bergoglio.
La reunión en La Habana fue cuidadosamente elaborada y con una dimensión política y estratégica inédita si se tiene en cuenta el protagonismo del presidente ruso, Vladimir Putin y del líder cubano, Raúl Castro, un ateo confeso aunque ambos con inesperados vínculos con la Santa Sede. Todo parece surgir de las conversaciones de Francisco con Putin en el Vaticano, el año pasado, y con el papel geopolítico que busca Moscú, en la siempre difícil convivencia con Occidente.
Recordemos que un día antes de este encuentro en Cuba, las representaciones de Estados Unidos y Rusia acordaron una ‘suspensión de las hostilidades’ de una semana en Siria, a fin de reactivar el proceso de paz y frenar el desplazamiento masivo de civiles ya insostenible para Europa. La estabilización política y económica de Siria y el freno al terrorismo yihadista, son asuntos clave en la búsqueda de la paz mundial y frenar la migración forzada. Esto parece respaldar el trascendental abrazo entre Francisco y Kiril en un país que aparece como neutral y aprovechando la visita papal a México, el segundo país más católico del mundo después de Brasil, con unos 100 millones de fieles.
‘Finalmente nos encontramos, somos hermanos’ dijo Francisco al abrazar al patriarca Kiril, manifestando que ‘está claro que este encuentro es la voluntad de Dios.’ En este hecho sin precedentes la diplomacia ha jugado un papel decisivo si se recuerda que la Iglesia católica busca superar la desconfianza de los ortodoxos rusos, que durante décadas acusaron de proselitismo al Vaticano. Por eso el Papa ha evitado condenar la política intervencionista de Putin en Ucrania, un gesto apreciado por la Iglesia rusa aunque criticado por los católicos ucranianos, de rito griego, que apoyan al gobierno de Kiev.
Pero para los líderes religiosos que representan a 1330 millones de cristianos, el cismo milenario parece diluirse ante la preocupación por la violencia del radicalismo islámico y la persecución contra los cristianos, tanto católicos como ortodoxos, en Medio Oriente y en el Norte y Centro de África.