La muerte del joven Mariano Ferreyra, militante del Partido Obrero durante un enfrentamiento entre activistas de la Unión Ferroviaria y militantes de izquierda que exigían ser contratados por la empresa de la línea Roca, altera la convivencia democrática y pacífica que deseamos los argentinos. Esto ocurre ante un gobierno que siempre dejó hacer, bajo el amparo político de no criminalizar la protesta, o simplemente porque nunca quiso ponerle límites a los reclamos de los más excluidos o desocupados.
En este terreno se empezaron a mezclar la protestas justificadas con la mera acción política de dirigentes autoritarios a patoteriles que se acostumbraron a presionar con impunidad, por cualquier reclamo, sin respeto por el derecho de los demás, un método de accionar callejero permanente, a veces sostenido desde las esferas del poder. Los partidos de izquierda y activistas violentos se encolumnaron detrás de aquellas manifestaciones que terminaron en desmanes y saqueos.
La cúpula sindical se acostumbró a negociar prebendas con el gobierno, a cambio de controlar a algunos grupos radicalizados. Este esquema de alineación gremial fue limitado por la Corte Suprema de Justicia, que en los casos UTE (2008) y Rossi (2009) se pronunció a favor de la libertad gremial, pero los sindicatos establecidos y el Gobierno la resisten. Incluso, la Justicia se pronunció en favor de darle la simple inscripción al gremio de subterráneos, pero el Ministerio de Justicia no la aprueba.
La violencia verbal que despliegan todos estos actores y algunos de sus aliados, entre ellos Hebe de Bonafini, generan más división. El clima de confrontación y riña, acrecentado todos los días, hizo que la sangre manchara la calle. No vale ahora mirar para otra parte, lavarse las manos o acusar sin fundamento. No hay parcela de poder que valga más que una vida.
Desde hace un tiempo, Argentina pasó a ser un país sumergido en un clima de violencia, que se convierte en caldo de cultivo para que haya crímenes y desmanes. La sociedad evidencia serios signos de deterioro: delito, mafias, injusticia social, barras bravas, anomia, debilidad de las instituciones, pobreza, jóvenes que no estudian ni trabajan, droga, TV basura, entre muchos otros signos, que indican que nuestra calidad de vida se ha degradado.
Necesitamos algo más que encontrar al culpable de una muerte; se necesita volver al camino donde, más allá de la diversidad de pensamiento, sea respetada la libertad, nadie sea calificado de enemigo y donde la paz social no sea mancillada con luto.
