A poco de terminar la celebración del primer Bicentenario patrio, en el que intelectuales, obreros, funcionarios, empleados, desocupados, escolares y docentes hemos sido parte en algún sentido, debemos tener en cuenta que todos los hombres y mujeres de buena voluntad que habitan este suelo argentino lo han vivido de diferentes formas, pero sin perder de vista la importancia de esta conmemoración para un pueblo joven como el nuestro.
No tenemos tradiciones milenarias ni nos respaldamos en la gloria de pasados imperios. La sangre derramada, excepción hecha de aquella inexplicable de Malvinas y la de las también incomprensibles luchas intestinas, llámense guerrilla o guerra sucia, ha sido la justa y necesaria, la que la Historia puede juzgar y la que es tributo cierto de cada país que empieza a forjarse hasta el logro de instaurar una forma de gobierno y dar a éste el perfil deseado.
Ciertamente no somos aún el país de los sueños y anhelos, no somos los cien millones de argentinos de Sarmiento ni la escuela o la biblioteca soñadas por él de La Quiaca a Ushuaia, ni podemos contemplarnos cordillera y litoral con ese apego, con esa hermandad que en su momento muchos han declamado y murieron sin ver.
Sin duda este año fue el que de alguna forma sirvió para unirnos en un festejo común vivido con mucha alegría y entusiasmo y es el mismo que hace dos meses nos sorprendió con una muerte inesperada que no dio tiempo a un "Siento el frío del bronce en mis pies”, un "Acérquenme a la ventana para ver amanecer”, ni siquiera un breve "Luz… más luz…!!” estilo Goethe o a un belgranesco "Ay… Patria mía”.
Nadie sabrá jamás si el ex presidente Néstor Kirchner en sus últimos momentos pensó en la Patria, en su pueblo y en que fue el actor de un tramo de historia que a él y a su esposa les tocó en suerte con sus aciertos, errores y omisiones.
La muerte cierra ciclos y abre paso a los recuerdos, nacido en el año del Libertador y en su mismo día calendario, ese hombre criticado, aplaudido, vilipendiado o idolatrado, fue uno de los testigos de este bicentenario que también cierra un ciclo pero se abre a otros.
Así, muy pronto recordaremos el nacimiento bicentenario de Sarmiento (2011), la creación de todos los símbolos patrios y 450 años de la fundación de San Juan (2012), y vamos a abrir camino a 2016 y la Independencia, que es un poco el corolario de todos esos otros momentos de decisiones históricas que no fueron tomadas por hombres que luego cayeron en el saco roto del olvido.
Los momentos bicentenarios que vienen irán tomando el color, el carisma y el significado que cada argentino de bien quiera darle, pero no olvidemos los actores de estos bicentenarios de hoy porque ellos están forjando la patria que verán las futuras generaciones de argentinos donde se hablará de los aciertos y errores de estos tiempos y donde se juzgará que hayan existido un Kirchner, un Alfonsín, un Menem, nos gusten o no y algo más de 40 millones de argentinos que, cada quien en lo suyo, hizo la patria de los próximos festejos y que si no han dejado la frase histórica, el remate romántico a la vida aún, por lo menos, han dejado obras, pensamientos, hechos.
Muchos dejan para la hora de la muerte, la de la enmienda de errores cometidos y está visto que la parca tampoco en estos tiempos permite eso, por eso hay que vivir estos momentos bicentenarios con la altura suficiente y la visión necesaria como para ir adelante con verdad, con férreas convicciones, con respeto, con sentido plural y siempre en busca de lo mejor del bien común. Sólo así esta preparación de 2010 para vivirlos, valdrá la pena, más allá de la certeza de la muerte, con la finalidad de la trascendencia.