Cada vez más personas en el mundo están tomando conciencia de que el Día de la Tierra, que se celebra a nivel internacional hoy, no tiene por qué ser sólo un día específico. Lo ideal sería que homenajeáramos a nuestro planeta los 365 días del año.

El 28 de enero de 1969, una plataforma petrolífera del Pacífico comenzaría un derrame de crudo de 757.000 litros, vertidos al mar durante once días. Miles de aves, delfines y focas del Canal de Santa Bárbara fueron arrastrados a la costa cubiertos de petróleo. A raíz de este desastre nació un movimiento ecologista sin precedentes, que un año más tarde crearía la fiesta en celebración de la Tierra. También sirvió para que la humanidad tomara conciencia sobre la necesidad de dejar de destruir el medio ambiente y evitar pasar a ser víctimas de esta degradación.

En estos últimos cuarenta años la población mundial ha aumentado de 3.680 millones a cerca de 7.000 millones; la temperatura media ha aumentado en 0,6 grados y las nieves del Kilimanjaro sobre las que escribió Ernest Hemingway en 1952 casi han desaparecido. En 1979 fue descubierto un agujero en la capa de ozono de un millón de kilómetros cuadrados. Ahora parece que comienza a recuperarse esa capa, aunque por la erupción del volcán Eiyafjalla, seguramente vuelva a aumentar ese agujero temporalmente.

Hoy en día sufrimos los efectos del CO2 y del efecto invernadero. La conciencia ecológica no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas. No se puede permanecer indiferente ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales.

Hemos llegado hasta tener actualmente los denominados "prófugos ambientales", personas que deben abandonar el ambiente en que viven, y con frecuencia también sus bienes, a causa de su deterioro, afrontando los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado. Por tanto, resulta sensato hacer una revisión profunda y con visión de futuro sobre el modelo de desarrollo que aplica la humanidad y redescubrir los valores que constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro mejor para todos.

La crisis ecológica tiene un carácter predominantemente ético. De ahí la urgente necesidad moral de aplicar una nueva alianza entre el hombre y el medio ambiente.